viernes, 16 de mayo de 2014
martes, 13 de mayo de 2014
Los Fey. Una historia ficticia.
Anne Marie, distraída leía y leía mordisqueando el colgante en forma de llave de su madre y entre estornudo y estornudo, se frotaba los ojos llorosos y cansados de tanto leer y rebuscar documentos en aquella biblioteca polvorienta de luces tenues. Nada más poner un pie en aquel sitio, días atrás, había podido captar a simple vista el ambiente decadente de la vetusta biblioteca. Volúmenes antiquísimos se amontonaban por todas partes sin orden ni concierto en pilas que amenazaban con derrumbarse con la más mínima brisa de aire o un leve roce. La desconsideración con la que eran conservados resultaba escandalosamente evidente y hacía pensar que muchos de ellos se consideraban desechos por su mal estado y su escaso interés. El aspecto exterior de la biblioteca no era más benévolo sino realmente tenebroso y aterrador y más bien invitaba a los usuarios a mantenerse alejados. Entre los chiquillos corría la leyenda de que en su interior habitaba un monstruo terrorífico que se alimentaba de papel viejo, del que dejaba restos cenicientos que lo cubrían todo, y de todos los curiosos que husmeaban por sus dominios pues no hacía ascos a la carne humana.
Pero no era ésa la leyenda que traía de cabeza a La joven huérfana y que la había hecho tragarse su miedo y adentrarse en aquel edificio, sino la que hablaba del legendario Fantón Fey. Llevaba días tras el rastro del escritor que se perpetuó en el tiempo como lo hicieron en su día famosos piratas para amedrentar a sus adversarios haciéndose inmortales e invencibles y que si no le salían mal los cálculos llevaba vivo, según delataban las fechas de las publicaciones intermitentes de sus libros, casi trescientos años. La propia Anne Marie había recibido de su propia madre un ejemplar de "La verdad de la niña de la Caperuza Escarlata" firmada por Fey en 2004, el mismo día que su madre murió. Anne Marie no se sintió con fuerzas de leerlo porque le recordaba demasiado el momento agónico en el que su madre se lo regaló. Pero diez años más tarde, una noche Anne Marie se atrevió a abrirlo y poco a poco lo empezó a leer quedando atrapada en sus páginas y en lo que contaba. Se trataba de la verdadera historia de Caperucita Roja y de cómo los Grimm se habían hecho con ella cuando realmente pertenecía al escritor que firmaba como Fantón Fey, el autor del libro que lo revelaba. Todo esto le pareció muy interesante a Anne Marie que se lanzó a investigar. Quizá pudiera descubrir quién había sido o era Fantón Fey pues podía asegurar que aquel libro le había revelado un secreto, una mentira.
Sin embargo, llevaba días en aquella biblioteca, que más parecía un cementerio de ancianas encuadernaciones, y empezaba a flaquearle la voluntad de querer encontrar algo pues parecía que aquel edificio cobraba vida y se negaba a darle pistas desordenándolas y cubriéndolas de capas y capas de polvo. Por lo que había podido averiguar en clase de literatura de la señorita G.Rillard la leyenda había caído en el olvido hasta que diez años antes,las fechas coincidían, apareció una única publicación firmada por Fantón Fey, "La verdad de la niña de la Caperuza Escarlata". Anne Marie estuvo tentada de decirle a la señorita Rillard que ella era la poseedora del único ejemplar, pero sintió que debía guardar el secreto. Al menos hasta que pudiera averiguar algo más. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a manos de su madre ese ejemplar? ¿Acaso su madre quería que protegiera el libro o la verdad que escondía? ¿Qué tenía que ver su madre con aquello? Todas estas preguntas la rondaban a cada minuto.
Todas sus pesquisas habían comenzado una noche en la que Anne Marie encontró en el suelo de su habitación del hospicio una baldosa de madera que siempre crujía bajo sus pies porque no estaba bien pegada. Anne Marie la levantó y bajo ella descubrió un papel enrollado que decía:
"Si has encontrado esto es porque has sido elegido para perpetuar la leyenda de Fantón Fey. En tus manos dejamos la clave para encontrar la verdad. Búscala en la biblioteca más antigua de esta villa. Allí te esperamos. Sólo si eres el verdadero elegido podrás encontrarlo."
Por eso Anne Marie no dejaba la investigación. Ella había sido la elegida porque hasta ella habían llegado todas esas "invitaciones" a conocer la leyenda. Por eso siguió buscando hasta que no pudo más. Extenuada se apoyó en una pared de la sección de fantasía y la pared se la comió. Anne Marie apareció, con el corazón galopante, en un pasadizo oscuro y húmedo que parecía no tener fin. Lo siguió hasta llegar a una pequeña estancia circular forrada con estanterías llenas de encuadernaciones que respetaban la forma circular de la fría habitación empedrada. En su centro una mesa que más parecía una especie de altar en piedra y un rústico asiento emulaban una de esas salas de rituales que aparecían en las películas de misterio. Sobre el altar reposaban una pluma, unos pergaminos, y una caja metálica. Anne Marie no pudo evitar la curiosidad y ya que había llegado hasta allí no iba a perder la oportunidad de ver qué era todo aquello y estudió los pergaminos. Fanton Fey era el primer nombre que figuraba de todos los que componían una larga lista. Cada nombre venía seguido de dos fechas. Anne Marie supuso que serían las del nacimiento y las de la muerte de cada persona. Tras Fantón Fey aparecían los nombres de Hannah y Grechen Fey y así aparecían numerosos nombres hasta que sus ojos se detuvieron en el último: Diana Levian.
¡Era su madre! ¿Cómo podía ser? ¿Acaso ella era descendiente de Fey? ¿O se había unido a su causa, perpetuando su leyenda, por pura casualidad? Anne Marie no podía recomponerse de aquello. Un escalofrío le recorrió el espinazo y entre temblores y el sudor frío que humedecía las palmas de sus manos, siguió observando el nombre de su madre. A su lado sólo aparecía la fecha de su nacimiento pero no la de su muerte. ¿Qué significaba aquello? Miles de preguntas, imágenes borrosas y recuerdos le ocuparon la mente. Necesitaba encajar todas las piezas de aquel puzzle del que parecía formar parte. Dirigió su mirada a la caja metálica y la examinó meticulosamente. Parecía tan vieja como todo lo que descansaba en aquel lugar. Intentó forzarla pero no hubo manera de abrirla. Entonces tuvo una idea que de sólo pensarla le entraron escalofríos. Se sacó el colgante de su madre y conteniendo la respiración introdujo la llave en la cerradura. La caja se abrió. El corazón no podía latirle más deprisa. En el interior unas hojas gastadas contaban un secreto.
"Por desgracia ha llegado el fatídico día en el que la vida del gran escritor Fantón Fey toca a su fin. En su agonía, aferrado a su pluma y acompañado de sus dos amadas hijas, les legó su fama de escritor, su nombre, para que pudieran asegurarse de vengarle pues lo utilizarían para amedrentar así a los Grimm que se habían apropiado de las obras del gran Fantón Fey con el propósito de pasar a la historia y ser recordados por siempre jamás como los padres de los cuentos de hadas. Sobre su conciencia recaerá el peso del apellido Fey que intentará revelar, hasta que la verdad se descubra, la auténtica lucha de los Fey, y de todos aquellos que crean en su historia, por su reconocimiento. Por ello es de vital importancia que no se descubra nuestro secreto y que tú contribuyas a él si crees en nuestra causa. Nadie deberá saber de la muerte de nuestro padre, el gran escritor Fantón Fey, para poder iniciar y mantener así su leyenda. Somos Hannah Fey y Grechen Fey. Viajamos en carromato siempre de noche hasta llegar a la villa abandonada de Fouton donde hemos enterrado a nuestro padre lejos de miradas entrometidas y de las habladurías de la gente. Allí planeamos juntas cómo mantener vivo el recuerdo de nuestro amado e idolatrado progenitor. En una aldea cercana hemos conseguido vender nuestro carromato y con ese dinero más el ahorrado hemos conseguido hacernos con dos caballos y con ellos recorreremos la vieja Europa sin detenernos demasiado tiempo en ningún lugar. Viviremos volcadas en rescribir sus historias y nuestras propias con la pasión que caracterizaba a Fantón Fey de la que siempre nos hemos alimentado y enviaremos los originales a la capital donde simpatizantes nuestros, las publicarán clandestinamente, aún a riesgo de poner en grave peligro sus vidas, bajo el nombre de Fantón Fey. Designaremos dignos sucesores para seguir nuestra leyenda."
Anne Marie no podía creer lo que estaba leyendo. Y aún había más. En otra hoja que parecía ser mucho más moderna se podía leer. "Los Grimm nos persiguen." La firmaba Diana Levian.
Anne Marie se sobresaltó al oir una voz detrás de ella.
-Hola Anne Marie.
La señorita G. Rillard estaba plantada en la entrada de la estancia circular con una sonrisa poco inocente dibujada en la cara. Anne Marie, atónita, no podía articular palabra.
-Gracias por traerme hasta aquí. Los Grimm te estamos muy agradecidos. Por fin podremos acabar con esto de una vez y de paso acabaremos contigo como ya hicimos con tus padres. Primero tu padre y luego tu mamaíta. No pongas esa cara, te vigilábamos continuamente pues sabíamos que acabarías dando un paso en falso y nos traerías hasta el cuartel general de los Fey.
Anne Marie se armó de valor.
-Vamos, esta gente sólo procuraba no caer en el olvido y que no se cometiera la injusticia de manchar su nombre, tan respetable como el de los Grimm.
-Nosotros no lo vemos así. Te doy cinco minutos de ventaja para que huyas y te olvides de todo esto, si no quedarás enterrada para siempre aquí junto al legado de tu mamá, que por cierto, cosas de la vida, era mi hermana. Nunca vio con buenos ojos que nos hiciéramos con las obras de otros y se cambió el nombre. Pero yo la descubrí y bueno ya sabes el resto y si no, cualquier día te lo cuento. De tía a sobrina. He movido la demolición de este sitio que será en pocos minutos así que no me hagas perder el tiempo. Vete.
Anne Marie corrió horrorizada por haber descubierto la verdad. Por el momento escaparía de aquel lugar y ya pensaría qué haría. Los Fey y su madre no merecían quedar enterrados en el olvido.
Pero no era ésa la leyenda que traía de cabeza a La joven huérfana y que la había hecho tragarse su miedo y adentrarse en aquel edificio, sino la que hablaba del legendario Fantón Fey. Llevaba días tras el rastro del escritor que se perpetuó en el tiempo como lo hicieron en su día famosos piratas para amedrentar a sus adversarios haciéndose inmortales e invencibles y que si no le salían mal los cálculos llevaba vivo, según delataban las fechas de las publicaciones intermitentes de sus libros, casi trescientos años. La propia Anne Marie había recibido de su propia madre un ejemplar de "La verdad de la niña de la Caperuza Escarlata" firmada por Fey en 2004, el mismo día que su madre murió. Anne Marie no se sintió con fuerzas de leerlo porque le recordaba demasiado el momento agónico en el que su madre se lo regaló. Pero diez años más tarde, una noche Anne Marie se atrevió a abrirlo y poco a poco lo empezó a leer quedando atrapada en sus páginas y en lo que contaba. Se trataba de la verdadera historia de Caperucita Roja y de cómo los Grimm se habían hecho con ella cuando realmente pertenecía al escritor que firmaba como Fantón Fey, el autor del libro que lo revelaba. Todo esto le pareció muy interesante a Anne Marie que se lanzó a investigar. Quizá pudiera descubrir quién había sido o era Fantón Fey pues podía asegurar que aquel libro le había revelado un secreto, una mentira.
Sin embargo, llevaba días en aquella biblioteca, que más parecía un cementerio de ancianas encuadernaciones, y empezaba a flaquearle la voluntad de querer encontrar algo pues parecía que aquel edificio cobraba vida y se negaba a darle pistas desordenándolas y cubriéndolas de capas y capas de polvo. Por lo que había podido averiguar en clase de literatura de la señorita G.Rillard la leyenda había caído en el olvido hasta que diez años antes,las fechas coincidían, apareció una única publicación firmada por Fantón Fey, "La verdad de la niña de la Caperuza Escarlata". Anne Marie estuvo tentada de decirle a la señorita Rillard que ella era la poseedora del único ejemplar, pero sintió que debía guardar el secreto. Al menos hasta que pudiera averiguar algo más. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a manos de su madre ese ejemplar? ¿Acaso su madre quería que protegiera el libro o la verdad que escondía? ¿Qué tenía que ver su madre con aquello? Todas estas preguntas la rondaban a cada minuto.
Todas sus pesquisas habían comenzado una noche en la que Anne Marie encontró en el suelo de su habitación del hospicio una baldosa de madera que siempre crujía bajo sus pies porque no estaba bien pegada. Anne Marie la levantó y bajo ella descubrió un papel enrollado que decía:
"Si has encontrado esto es porque has sido elegido para perpetuar la leyenda de Fantón Fey. En tus manos dejamos la clave para encontrar la verdad. Búscala en la biblioteca más antigua de esta villa. Allí te esperamos. Sólo si eres el verdadero elegido podrás encontrarlo."
Por eso Anne Marie no dejaba la investigación. Ella había sido la elegida porque hasta ella habían llegado todas esas "invitaciones" a conocer la leyenda. Por eso siguió buscando hasta que no pudo más. Extenuada se apoyó en una pared de la sección de fantasía y la pared se la comió. Anne Marie apareció, con el corazón galopante, en un pasadizo oscuro y húmedo que parecía no tener fin. Lo siguió hasta llegar a una pequeña estancia circular forrada con estanterías llenas de encuadernaciones que respetaban la forma circular de la fría habitación empedrada. En su centro una mesa que más parecía una especie de altar en piedra y un rústico asiento emulaban una de esas salas de rituales que aparecían en las películas de misterio. Sobre el altar reposaban una pluma, unos pergaminos, y una caja metálica. Anne Marie no pudo evitar la curiosidad y ya que había llegado hasta allí no iba a perder la oportunidad de ver qué era todo aquello y estudió los pergaminos. Fanton Fey era el primer nombre que figuraba de todos los que componían una larga lista. Cada nombre venía seguido de dos fechas. Anne Marie supuso que serían las del nacimiento y las de la muerte de cada persona. Tras Fantón Fey aparecían los nombres de Hannah y Grechen Fey y así aparecían numerosos nombres hasta que sus ojos se detuvieron en el último: Diana Levian.
¡Era su madre! ¿Cómo podía ser? ¿Acaso ella era descendiente de Fey? ¿O se había unido a su causa, perpetuando su leyenda, por pura casualidad? Anne Marie no podía recomponerse de aquello. Un escalofrío le recorrió el espinazo y entre temblores y el sudor frío que humedecía las palmas de sus manos, siguió observando el nombre de su madre. A su lado sólo aparecía la fecha de su nacimiento pero no la de su muerte. ¿Qué significaba aquello? Miles de preguntas, imágenes borrosas y recuerdos le ocuparon la mente. Necesitaba encajar todas las piezas de aquel puzzle del que parecía formar parte. Dirigió su mirada a la caja metálica y la examinó meticulosamente. Parecía tan vieja como todo lo que descansaba en aquel lugar. Intentó forzarla pero no hubo manera de abrirla. Entonces tuvo una idea que de sólo pensarla le entraron escalofríos. Se sacó el colgante de su madre y conteniendo la respiración introdujo la llave en la cerradura. La caja se abrió. El corazón no podía latirle más deprisa. En el interior unas hojas gastadas contaban un secreto.
"Por desgracia ha llegado el fatídico día en el que la vida del gran escritor Fantón Fey toca a su fin. En su agonía, aferrado a su pluma y acompañado de sus dos amadas hijas, les legó su fama de escritor, su nombre, para que pudieran asegurarse de vengarle pues lo utilizarían para amedrentar así a los Grimm que se habían apropiado de las obras del gran Fantón Fey con el propósito de pasar a la historia y ser recordados por siempre jamás como los padres de los cuentos de hadas. Sobre su conciencia recaerá el peso del apellido Fey que intentará revelar, hasta que la verdad se descubra, la auténtica lucha de los Fey, y de todos aquellos que crean en su historia, por su reconocimiento. Por ello es de vital importancia que no se descubra nuestro secreto y que tú contribuyas a él si crees en nuestra causa. Nadie deberá saber de la muerte de nuestro padre, el gran escritor Fantón Fey, para poder iniciar y mantener así su leyenda. Somos Hannah Fey y Grechen Fey. Viajamos en carromato siempre de noche hasta llegar a la villa abandonada de Fouton donde hemos enterrado a nuestro padre lejos de miradas entrometidas y de las habladurías de la gente. Allí planeamos juntas cómo mantener vivo el recuerdo de nuestro amado e idolatrado progenitor. En una aldea cercana hemos conseguido vender nuestro carromato y con ese dinero más el ahorrado hemos conseguido hacernos con dos caballos y con ellos recorreremos la vieja Europa sin detenernos demasiado tiempo en ningún lugar. Viviremos volcadas en rescribir sus historias y nuestras propias con la pasión que caracterizaba a Fantón Fey de la que siempre nos hemos alimentado y enviaremos los originales a la capital donde simpatizantes nuestros, las publicarán clandestinamente, aún a riesgo de poner en grave peligro sus vidas, bajo el nombre de Fantón Fey. Designaremos dignos sucesores para seguir nuestra leyenda."
Anne Marie no podía creer lo que estaba leyendo. Y aún había más. En otra hoja que parecía ser mucho más moderna se podía leer. "Los Grimm nos persiguen." La firmaba Diana Levian.
Anne Marie se sobresaltó al oir una voz detrás de ella.
-Hola Anne Marie.
La señorita G. Rillard estaba plantada en la entrada de la estancia circular con una sonrisa poco inocente dibujada en la cara. Anne Marie, atónita, no podía articular palabra.
-Gracias por traerme hasta aquí. Los Grimm te estamos muy agradecidos. Por fin podremos acabar con esto de una vez y de paso acabaremos contigo como ya hicimos con tus padres. Primero tu padre y luego tu mamaíta. No pongas esa cara, te vigilábamos continuamente pues sabíamos que acabarías dando un paso en falso y nos traerías hasta el cuartel general de los Fey.
Anne Marie se armó de valor.
-Vamos, esta gente sólo procuraba no caer en el olvido y que no se cometiera la injusticia de manchar su nombre, tan respetable como el de los Grimm.
-Nosotros no lo vemos así. Te doy cinco minutos de ventaja para que huyas y te olvides de todo esto, si no quedarás enterrada para siempre aquí junto al legado de tu mamá, que por cierto, cosas de la vida, era mi hermana. Nunca vio con buenos ojos que nos hiciéramos con las obras de otros y se cambió el nombre. Pero yo la descubrí y bueno ya sabes el resto y si no, cualquier día te lo cuento. De tía a sobrina. He movido la demolición de este sitio que será en pocos minutos así que no me hagas perder el tiempo. Vete.
Anne Marie corrió horrorizada por haber descubierto la verdad. Por el momento escaparía de aquel lugar y ya pensaría qué haría. Los Fey y su madre no merecían quedar enterrados en el olvido.
viernes, 9 de mayo de 2014
El Cantar del Buen Dormir
Dicen que en durmiendo se nos pasa la vida
Y en durmiendo y soñando yo he llegado, sin remediarlo ya ven, a mocita.
Y no me quejo, señores, porque no me da la gana
Y en su cara tengo el valor de decir: No sin mi cama.
Y es que mi cama es un tesoro y sus sábanas gloria bendita
Aunque huelan a alcanfor y a naftalina de la fina
Pues a mi me quitan penas y me dan buenas alegrías.
Y aunque durmiendo se me consuman las horas,
No quiero que sea de otra forma como me halle la muerte, señora.
Total, en la misma posición he de acabar,
Pa´ criar malvas sin que me tenga por qué cansar,
Así.., si tumbadica me han de encontrar
¿por qué en vida me tengo yo que levantar?
¡Déjenme pues disfrutar de este goce supremo
que es dormir hasta no sentir bajo mi ser el frío suelo!
Déjenme planchar la oreja
Y pasarme el día sobando y también, por qué no, la noche entera.
Y a quien esto le moleste que arree,
pero que a mi, estando en sueño profundo o ligero, ni se me acerque,
que doy leches como panes,
aun estando en mi lecho de mullido colchón y fragancia de tiernos tulipanes.
Y en durmiendo y soñando yo he llegado, sin remediarlo ya ven, a mocita.
Y no me quejo, señores, porque no me da la gana
Y en su cara tengo el valor de decir: No sin mi cama.
Y es que mi cama es un tesoro y sus sábanas gloria bendita
Aunque huelan a alcanfor y a naftalina de la fina
Pues a mi me quitan penas y me dan buenas alegrías.
Y aunque durmiendo se me consuman las horas,
No quiero que sea de otra forma como me halle la muerte, señora.
Total, en la misma posición he de acabar,
Pa´ criar malvas sin que me tenga por qué cansar,
Así.., si tumbadica me han de encontrar
¿por qué en vida me tengo yo que levantar?
¡Déjenme pues disfrutar de este goce supremo
que es dormir hasta no sentir bajo mi ser el frío suelo!
Déjenme planchar la oreja
Y pasarme el día sobando y también, por qué no, la noche entera.
Y a quien esto le moleste que arree,
pero que a mi, estando en sueño profundo o ligero, ni se me acerque,
que doy leches como panes,
aun estando en mi lecho de mullido colchón y fragancia de tiernos tulipanes.
miércoles, 7 de mayo de 2014
Desde la ventana.
Los primeros rayos de sol despertaron a Marcell en aquella humilde habitación con vistas al foro romano. Se desperezó y al hacerlo llegaron a su mente flashazos de esos momentos nocturnos tan intensos con Roberto, un italiano de escándalo que había desaparecido de su cama. Marcell rebuscó entre las sábanas, aún tibias y arrugadas, algún rastro de Roberto pero su Adonis moderno se había esfumado sin más. Marcell temía no volver a verlo, tan fuerte era su vínculo, por lo que ataviada con su camisón se puso a escudriñar la ciudad desde el balcón y entre medias de esa ardua tarea se paraba a divagar en su encuentro en aquel restaurante. Lo recordaba perfectamente, como si lo reviviera en aquel mismo instante.
LLegó con sus amigas universitarias a Il bambino y enterrados sus ojos en la carta de menús le sacó de su ensimismamiento una voz que luego fue una sonrisa de ensueño adornando una cara imposiblemente perfecta enmarcada por unos rizos morenos que bailaban al ritmo de un delicioso acento italiano. Marcell sintió que le fallaban las fuerzas como si de repente todo se hubiera puesto patas arriba dentro de ella. Se miró la camisa pensando que los intensos latidos delatarían la reacción que había provocado en ella aquel chico misterioso. Lo cierto era que se notaba arder tanto que no le extrañaría ver reflejos rojos como el carmín por toda la estancia. Roberto no pudo contener la risa y tampoco parecían poder hacerlo sus amigas, que se lanzaban codazos y miradas más que significativas por encima de las cartas. Marcell sintió que la cara le estallaría llenándolo todo del color de la vergüenza infinita aunque aguantó el tipo y pidió sin levantar la vista unos raviolis para empezar.
La cena transcurrió con los esfuerzos de las cotorras que Marcell tenía por amigas para que ésta le pidiera el número de teléfono al camarero bombón pero Marcell se hizo la dura y omitió los comentarios sin poder evitar alguna que otra sonrisa fugaz. Patrice, que desde que Marcell y Roberto se habían mirado, había sentido la imperiosa necesidad de lanzarse en brazos de Roberto se decidió por fin a darle su propio número.
-Si no lo hacías tú alguien tenía que hacerlo.
Marcell tuvo que morderse la lengua y contar hasta diez para no pegarla un buen tirón de pelo que la dejara calva pero en vez de eso dijo:
-Parece que se me han atragantado los raviolis. Voy a vomitar.
Dejó su parte de dinero en la mesa y salió del restaurante para respirar y olvidar la vergüenza que habia pasado y que parecía salirle a borbotones por los poros de su piel. Echó a andar y debió hacerlo muy deprisa porque enseguida llegó a la plaza de la Fontana sin aliento.
-No deberías haberte ido así. No puedo abandonar mi puesto de trabajo cuando estoy de servicio.
Marcell contuvo la respiración o quizá se olvidó de que necesitaba introducir aire en sus pulmones, como le había ocurrido aquella noche al oir su voz. Se debatió entre si girarse y mirarle o hacerse la longuis y seguir corriendo a ninguna parte. Sin duda eligió lo primero aunque no sabía si se desplomaría al hacerlo.
-No se lo tengas en cuenta a Patrice,- dijo Roberto mirando el nombre escrito en el papel con corazones para después arrojarlo al agua de la fuente.
Marcell dijo que no con la cabeza pues no parecían venirle palabras a la boca. Roberto se fue acercando a ella y Marcell se abandonó en sus brazos y en sus besos.
LLegó con sus amigas universitarias a Il bambino y enterrados sus ojos en la carta de menús le sacó de su ensimismamiento una voz que luego fue una sonrisa de ensueño adornando una cara imposiblemente perfecta enmarcada por unos rizos morenos que bailaban al ritmo de un delicioso acento italiano. Marcell sintió que le fallaban las fuerzas como si de repente todo se hubiera puesto patas arriba dentro de ella. Se miró la camisa pensando que los intensos latidos delatarían la reacción que había provocado en ella aquel chico misterioso. Lo cierto era que se notaba arder tanto que no le extrañaría ver reflejos rojos como el carmín por toda la estancia. Roberto no pudo contener la risa y tampoco parecían poder hacerlo sus amigas, que se lanzaban codazos y miradas más que significativas por encima de las cartas. Marcell sintió que la cara le estallaría llenándolo todo del color de la vergüenza infinita aunque aguantó el tipo y pidió sin levantar la vista unos raviolis para empezar.
La cena transcurrió con los esfuerzos de las cotorras que Marcell tenía por amigas para que ésta le pidiera el número de teléfono al camarero bombón pero Marcell se hizo la dura y omitió los comentarios sin poder evitar alguna que otra sonrisa fugaz. Patrice, que desde que Marcell y Roberto se habían mirado, había sentido la imperiosa necesidad de lanzarse en brazos de Roberto se decidió por fin a darle su propio número.
-Si no lo hacías tú alguien tenía que hacerlo.
Marcell tuvo que morderse la lengua y contar hasta diez para no pegarla un buen tirón de pelo que la dejara calva pero en vez de eso dijo:
-Parece que se me han atragantado los raviolis. Voy a vomitar.
Dejó su parte de dinero en la mesa y salió del restaurante para respirar y olvidar la vergüenza que habia pasado y que parecía salirle a borbotones por los poros de su piel. Echó a andar y debió hacerlo muy deprisa porque enseguida llegó a la plaza de la Fontana sin aliento.
-No deberías haberte ido así. No puedo abandonar mi puesto de trabajo cuando estoy de servicio.
Marcell contuvo la respiración o quizá se olvidó de que necesitaba introducir aire en sus pulmones, como le había ocurrido aquella noche al oir su voz. Se debatió entre si girarse y mirarle o hacerse la longuis y seguir corriendo a ninguna parte. Sin duda eligió lo primero aunque no sabía si se desplomaría al hacerlo.
-No se lo tengas en cuenta a Patrice,- dijo Roberto mirando el nombre escrito en el papel con corazones para después arrojarlo al agua de la fuente.
Marcell dijo que no con la cabeza pues no parecían venirle palabras a la boca. Roberto se fue acercando a ella y Marcell se abandonó en sus brazos y en sus besos.
El monstruo o mi destino: sus fauces.
¡Cuánto echo de menos caminar mirando al frente! Un sueño me parece ya caminar mirando esperanzada a aquel futuro brillante del que me hablaban, a aquel futuro en el que quería sentir que encajo a la perfección, como si estuviera hecho a mi justa medida. Pero no puedo dejar de pensar que me mintieron y ahora me cuesta caminar hacia la horca. Caminar hacia un futuro de vejez, soledad, enfermedad, desilusión... No quiero caminar, porque me aterroriza y paraliza la meta de este viaje, mi viaje, aquel que prometía ser excitante para terminar convirtiéndose en la boca de un monstruo de apetito voraz y fauces afiladas que auguran un dolor inimaginable al atravesarme el cuerpo antes de deglutirme como un agujero negro desmembrando el alma.
Y sin embargo camino cada día intentando no pensar en el monstruo que susurra mi nombre recreándose en su maldad, como hipnotizándome para atraparme. Como si yo tuviera escapatoria. Estoy perdida pues sé que nada me apartará de él.
Y sin embargo camino cada día intentando no pensar en el monstruo que susurra mi nombre recreándose en su maldad, como hipnotizándome para atraparme. Como si yo tuviera escapatoria. Estoy perdida pues sé que nada me apartará de él.
Oh melancolía
Oh melancolía,
¿por qué me acompañas todavía?
¿acaso no te he pedido hasta el hastío
que me dejes libre al menos por un día?
Oh melancolía,
son tus ojos dos lagunas en tinieblas
y cuando a ellos me asomo
siento, vida mía, que todo me tiembla.
Oh melancolía,
eres tú la poesía que brota
inagotable de mis labios desesperados
y que, sin riesgo de sequía,
pareces durarme años.
Oh melancolía, triste amiga mía,
te adentras y me devoras
y no tienes piedad ni te importan las horas
y así poco a poco me matas
y te alimentas de mi alma carroña.
Oh melancolía,
lejos veo el día en que por fin me dejes a solas,
pues como un fantasma con cadenas me acompañas
y me dejas exangüe maldita carcoma.
¿por qué me acompañas todavía?
¿acaso no te he pedido hasta el hastío
que me dejes libre al menos por un día?
Oh melancolía,
son tus ojos dos lagunas en tinieblas
y cuando a ellos me asomo
siento, vida mía, que todo me tiembla.
Oh melancolía,
eres tú la poesía que brota
inagotable de mis labios desesperados
y que, sin riesgo de sequía,
pareces durarme años.
Oh melancolía, triste amiga mía,
te adentras y me devoras
y no tienes piedad ni te importan las horas
y así poco a poco me matas
y te alimentas de mi alma carroña.
Oh melancolía,
lejos veo el día en que por fin me dejes a solas,
pues como un fantasma con cadenas me acompañas
y me dejas exangüe maldita carcoma.
martes, 6 de mayo de 2014
Un beso.
Atesoro un beso detenido en una calle equivocada, en un momento inoportuno y una distancia insalvable entre nosotros dos, tan diferentes, tan incomprendidos, tan iguales. Aún con todo, ese beso da vida a esa calle moribunda y olvidada, a ese momento desacertado, salva las distancias entre tú y yo, da color a mis mejillas, trasciende en mi aburrida existencia y ahora también se detiene en estas letras para siempre.
jueves, 1 de mayo de 2014
Lo que me faltaba: un vampiro veterinario.
Aquella tarde Ana salía especialmente tarde de la facultad de Veterinaria. Se había transformado por unas cuantas y largas horas en una ratoncilla de biblioteca para poder acometer un trabajo de Historia de la Veterinaria que debía entregar a la mañana siguiente y se había entretenido mirando, leyendo y releyendo libros y numerosas noticias en aquellos perdiódicos olvidados en la hemeroteca. Borracha de tantas letras decidió salir a tomar el aire dando un paseo por los alrededores de la desierta facultad que ya empezaba a proyectar sombras sospechosas a aquellas horas en las que los estudiantes probablemente se encontrarían ya en sus casas con sus familias. En su cabeza aún resonaban fragmentos de aquellas noticias pero sin duda alguna una en concreto ocupaba su mente. Iba pensando en ella cuando de repente vio moverse algo, una sombra, en el depósito de cadáveres del departamento de Anatomía. El corazón le dio un vuelco sin poder remediarlo. Pestañeó con fuerza, probablemente los ojos cansados le habían jugado una mala pasada pero sabía que había visto algo extraño y como le pudo la curiosidad se acercó al lugar donde había percibido el movimiento. A medida que se acercaba, sus ojos se fueron abriendo más y más en una mueca de estupor. Cuando comprendió lo que allí había ocurrido echó a correr de nuevo hacia la biblioteca, aunque no estaba del todo segura de que aquello fuera buena idea, ni de si sería un lugar seguro para ella.
"Varias explotaciones ganaderas de Madrid han amanecido con ejemplares exangües. Las autoridades sanitarias están analizando los cadáveres en busca de la causa."
"Se han reportado varios casos de explotaciones enteras desoladas por un extraño mal en España, Francia, Alemania y Rumanía que vacía de sangre a los animales. Se han descartado brotes de una epidemia vírica o de otros agentes infecciosos y las autoridades sanitarias, que no logran dar con la causa, han creído oportuno silenciar los casos hasta el discernimiento de lo ocurrido para no generar alarma social. La sensación de descontrol y desasosiego recuerda aquella epidemia que asoló granjas en el siglo XVII en la que numerosos ganados fueron azotados por un mal desconocido e inidentificable. Según los pocos datos que se han mantenido desde entonces los animales estaban aparentemente sanos pero por las mañanas aparecían exangües, tanto que incluso en algunos parecía quedar sólo el pellejo sobre la carcasa. Entre las gentes humildes corría la leyenda de que el demonio se estaba esparciendo por la tierra adquiriendo la forma corpórea de una serpiente que poseía a los animales y se alimentaba de su sangre para crecer y dar lugar a decenas de serpientes que se liberaban del cuerpo del animal para llegar a sus nuevas presas y así poblar la tierra con serpientes y perpetuar el mal en ella."
¡Menuda sarta de pamplinas!, pensó Ana. No podía dar crédito a nada de lo que había visto y leído, así que eso era un claro indicativo de que tenía que irse a casa y descansar. Cogería el libro aquel que había estado ojeando, el de los grabados del albéitar con su aprendiz practicando una cesárea, que iba de las peripecias del aprendiz hasta que se convirtió en maestro y de sus viajes por Europa diseccionando cadáveres en busca de gusanos. Al menos podría intentar hacer en tiempo récord un trabajo mediocre sobre él.
-Buenas noches Ana.
El respingo que dio la chica al oir al profesor que la había saludado no le pasó desapercibido a éste que le preguntó si se encontraba bien pues la veía pálida y nerviosa. Al levantar la mirada hacia él Ana no pudo evitar que sus ojos se fijaran demasiado en un pequeño resto de algo que parecía sangre en la comisura izquierda de la boca del profesor. Algo le hizo desviar la mirada y querer salir pitando de allí. Un miedo irracional se había apoderado de ella, temía estarse metiendo en algo que no le correspondía. Quizá tan sólo eran alucinaciones de su mente fantasiosa pero era todo tan sumamente real... Y tan sumamente raro... Entonces llegó a su mente como un flashazo el grabado del retrato del albéitar sobre el que había elegido hacer su trabajo... El aprendiz era el mismo rostro que ahora tenía ante ella, pero modernizado, adaptado a esta época moderna. ¡Cómo podía ser! Antes de poder reaccionar Ana se desmayó.
Despertó después de unos quince minutos de sopor y confusión. Estaba sola en la biblioteca e intentó recordar qué había pasado. Con un poco de suerte todo habría sido una pesadilla en una de esas incontrolables cabezadas en la biblioteca, pensó. Sin embargo, poco a poco se fueron ordenando todas aquellas imágenes: la sombra en el depósito de cadáveres, el perro exangüe, las leyendas sobre un mal desconocido que atacaba a animales sanos, el albéitar que viajó por Europa.., ¡y el profesor! Ana no salía de su asombro. Aquello era imposible, una locura, un producto de su fantasía, un sinsentido... Aún con el susto en el cuerpo cogió el libro que necesitaba y se fue a casa. Nunca había corrido tanto para alcanzar el último autobús e hizo bien porque unos ojos la acechaban y no podía huir de aquella horrible sensación que la acompañaría durante todo el trayecto.
A salvo de todo en su habitación se enfrascó en la lectura de aquel libro... Y llegó al grabado del aprendiz y de nuevo reconoció su cara. Entonces sintió un escalofrío y al levantar la vista del libro se lo encontró allí, en un rincón de la habitación. Ana se quedó helada.
-Vamos Ana, si de verdad quieres conocer mi historia, pregúntamelo. Esos viejos e insulsos libros no te dirán ni la mitad de lo que quieres saber.
-¿Quién es usted?
-Buena pregunta aunque un poco compleja. Verás yo soy el de la foto de tu libro, sí ése, el del grabado. Y como puedes observar no he cambiado tanto...
-¿Pero qué coño es esto?
-Vamos Ana, no voy a dejar pasar esta oportunidad. No sabes las ganas que tenía de poder compartir mi secreto y éste parece el momento adecuado y tú la persona perfecta, una alumna reservada, tímida... El caso es que yo era aprendiz de albéitar, como sabes, creo que allá por el siglo XVII, me bailan las fechas ¿sabes?. Y como aprendiz era bastante bueno por cierto, pero me tenían prohibido hacer experimentos y estudios por mi cuenta. Me tenía que limitar a ayudar a mi maestro y aprenderme de memorieta "El Libro" pero no me permitían ir más allá y yo quería aprender de verdad, ensuciándome las manos, como decía mi padre. Así que por las noches, clandestinamente, me acercaba al depósito de animales para estudiar anatomía en los cadáveres. Hice grandes avances en mis sesiones ilegales de disecciones hasta que una noche me sorprendió un ser extraño. Se acercó a mí con los ojos inyectados en sangre y a penas pude reaccionar y ...me mordió emponzoñándome y convirtiéndome en uno de ellos. Desde entonces me guardé de no levantar sospechas. Los vampiros no estábamos bien vistos por aquellos tiempos y menos los aprendices de albéitares. Así que procuré fingir bien mi papel. Siempre fui reacio a alimentarme de personas, aunque su sangre es la que más sacia no sabe tan bien como las de otros animales. Así que decidí alimentarme de sangre de animales que estuvieran a mi alcance, lo que me permitía estar cerca de los humanos sin querer hincarles el diente. Conseguí mi puesto como albéitar pues sabía que me abriría muchas puertas y sería un pasaporte a una vida digna en la que poder ocultar mi secreto y viajé buscando mi sitio. Muchas veces me sentí un monstruo y por eso estuve lo que dura la gestación de una cerda sin alimentarme de nada. Claro que esto tuvo consecuencias catastróficas, pues cuando se cruzaba en mi camino una granja la dejaba seca. Con el tiempo he aprendido a dosificarme, pero los animales que campan a sus anchas son cada vez más escasos y de vez en cuando no puedo evitar darme un pequeño festín... Aunque procuro no levantar sospechas. El caso es que en aquellos años llegué a convertirme en un maestro albéitar honorable, aunque haciendo verdaderos esfuerzos, y ya ves muchos han querido relatar mis andanzas pero nadie se ha acercado ni siquiera un poco a la verdad. Y así han pasado los siglos y aquí estoy, en la facultad de veterinaria, donde puedo alimentarme sin levantar sospechas de los cadáveres que estudiais y desplazarme a las explotaciones que requieren de nuestros servicios. Pero tú, señorita curiosa, me has tenido que descubrir...y ahora te pregunto... ¿te atreverás a delatarme?
Tras meditarlo un segundo Ana le dijo:
-Profesor... ¿por quién me toma? ¿quién me creería? Si es usted feliz así pues... ¿¡qué le voy a hacer!? Pero hágame un favor ¿quiere? No cambie nunca de dieta y salga de mi habitación que tengo un trabajo que redactar o de lo contrario me cabrearé.
"Varias explotaciones ganaderas de Madrid han amanecido con ejemplares exangües. Las autoridades sanitarias están analizando los cadáveres en busca de la causa."
"Se han reportado varios casos de explotaciones enteras desoladas por un extraño mal en España, Francia, Alemania y Rumanía que vacía de sangre a los animales. Se han descartado brotes de una epidemia vírica o de otros agentes infecciosos y las autoridades sanitarias, que no logran dar con la causa, han creído oportuno silenciar los casos hasta el discernimiento de lo ocurrido para no generar alarma social. La sensación de descontrol y desasosiego recuerda aquella epidemia que asoló granjas en el siglo XVII en la que numerosos ganados fueron azotados por un mal desconocido e inidentificable. Según los pocos datos que se han mantenido desde entonces los animales estaban aparentemente sanos pero por las mañanas aparecían exangües, tanto que incluso en algunos parecía quedar sólo el pellejo sobre la carcasa. Entre las gentes humildes corría la leyenda de que el demonio se estaba esparciendo por la tierra adquiriendo la forma corpórea de una serpiente que poseía a los animales y se alimentaba de su sangre para crecer y dar lugar a decenas de serpientes que se liberaban del cuerpo del animal para llegar a sus nuevas presas y así poblar la tierra con serpientes y perpetuar el mal en ella."
¡Menuda sarta de pamplinas!, pensó Ana. No podía dar crédito a nada de lo que había visto y leído, así que eso era un claro indicativo de que tenía que irse a casa y descansar. Cogería el libro aquel que había estado ojeando, el de los grabados del albéitar con su aprendiz practicando una cesárea, que iba de las peripecias del aprendiz hasta que se convirtió en maestro y de sus viajes por Europa diseccionando cadáveres en busca de gusanos. Al menos podría intentar hacer en tiempo récord un trabajo mediocre sobre él.
-Buenas noches Ana.
El respingo que dio la chica al oir al profesor que la había saludado no le pasó desapercibido a éste que le preguntó si se encontraba bien pues la veía pálida y nerviosa. Al levantar la mirada hacia él Ana no pudo evitar que sus ojos se fijaran demasiado en un pequeño resto de algo que parecía sangre en la comisura izquierda de la boca del profesor. Algo le hizo desviar la mirada y querer salir pitando de allí. Un miedo irracional se había apoderado de ella, temía estarse metiendo en algo que no le correspondía. Quizá tan sólo eran alucinaciones de su mente fantasiosa pero era todo tan sumamente real... Y tan sumamente raro... Entonces llegó a su mente como un flashazo el grabado del retrato del albéitar sobre el que había elegido hacer su trabajo... El aprendiz era el mismo rostro que ahora tenía ante ella, pero modernizado, adaptado a esta época moderna. ¡Cómo podía ser! Antes de poder reaccionar Ana se desmayó.
Despertó después de unos quince minutos de sopor y confusión. Estaba sola en la biblioteca e intentó recordar qué había pasado. Con un poco de suerte todo habría sido una pesadilla en una de esas incontrolables cabezadas en la biblioteca, pensó. Sin embargo, poco a poco se fueron ordenando todas aquellas imágenes: la sombra en el depósito de cadáveres, el perro exangüe, las leyendas sobre un mal desconocido que atacaba a animales sanos, el albéitar que viajó por Europa.., ¡y el profesor! Ana no salía de su asombro. Aquello era imposible, una locura, un producto de su fantasía, un sinsentido... Aún con el susto en el cuerpo cogió el libro que necesitaba y se fue a casa. Nunca había corrido tanto para alcanzar el último autobús e hizo bien porque unos ojos la acechaban y no podía huir de aquella horrible sensación que la acompañaría durante todo el trayecto.
A salvo de todo en su habitación se enfrascó en la lectura de aquel libro... Y llegó al grabado del aprendiz y de nuevo reconoció su cara. Entonces sintió un escalofrío y al levantar la vista del libro se lo encontró allí, en un rincón de la habitación. Ana se quedó helada.
-Vamos Ana, si de verdad quieres conocer mi historia, pregúntamelo. Esos viejos e insulsos libros no te dirán ni la mitad de lo que quieres saber.
-¿Quién es usted?
-Buena pregunta aunque un poco compleja. Verás yo soy el de la foto de tu libro, sí ése, el del grabado. Y como puedes observar no he cambiado tanto...
-¿Pero qué coño es esto?
-Vamos Ana, no voy a dejar pasar esta oportunidad. No sabes las ganas que tenía de poder compartir mi secreto y éste parece el momento adecuado y tú la persona perfecta, una alumna reservada, tímida... El caso es que yo era aprendiz de albéitar, como sabes, creo que allá por el siglo XVII, me bailan las fechas ¿sabes?. Y como aprendiz era bastante bueno por cierto, pero me tenían prohibido hacer experimentos y estudios por mi cuenta. Me tenía que limitar a ayudar a mi maestro y aprenderme de memorieta "El Libro" pero no me permitían ir más allá y yo quería aprender de verdad, ensuciándome las manos, como decía mi padre. Así que por las noches, clandestinamente, me acercaba al depósito de animales para estudiar anatomía en los cadáveres. Hice grandes avances en mis sesiones ilegales de disecciones hasta que una noche me sorprendió un ser extraño. Se acercó a mí con los ojos inyectados en sangre y a penas pude reaccionar y ...me mordió emponzoñándome y convirtiéndome en uno de ellos. Desde entonces me guardé de no levantar sospechas. Los vampiros no estábamos bien vistos por aquellos tiempos y menos los aprendices de albéitares. Así que procuré fingir bien mi papel. Siempre fui reacio a alimentarme de personas, aunque su sangre es la que más sacia no sabe tan bien como las de otros animales. Así que decidí alimentarme de sangre de animales que estuvieran a mi alcance, lo que me permitía estar cerca de los humanos sin querer hincarles el diente. Conseguí mi puesto como albéitar pues sabía que me abriría muchas puertas y sería un pasaporte a una vida digna en la que poder ocultar mi secreto y viajé buscando mi sitio. Muchas veces me sentí un monstruo y por eso estuve lo que dura la gestación de una cerda sin alimentarme de nada. Claro que esto tuvo consecuencias catastróficas, pues cuando se cruzaba en mi camino una granja la dejaba seca. Con el tiempo he aprendido a dosificarme, pero los animales que campan a sus anchas son cada vez más escasos y de vez en cuando no puedo evitar darme un pequeño festín... Aunque procuro no levantar sospechas. El caso es que en aquellos años llegué a convertirme en un maestro albéitar honorable, aunque haciendo verdaderos esfuerzos, y ya ves muchos han querido relatar mis andanzas pero nadie se ha acercado ni siquiera un poco a la verdad. Y así han pasado los siglos y aquí estoy, en la facultad de veterinaria, donde puedo alimentarme sin levantar sospechas de los cadáveres que estudiais y desplazarme a las explotaciones que requieren de nuestros servicios. Pero tú, señorita curiosa, me has tenido que descubrir...y ahora te pregunto... ¿te atreverás a delatarme?
Tras meditarlo un segundo Ana le dijo:
-Profesor... ¿por quién me toma? ¿quién me creería? Si es usted feliz así pues... ¿¡qué le voy a hacer!? Pero hágame un favor ¿quiere? No cambie nunca de dieta y salga de mi habitación que tengo un trabajo que redactar o de lo contrario me cabrearé.
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