
Aquella tarde el destino quiso dar una oportunidad a la joven Tyara. Allí, en un rincón y totalmente dedicada a la limpieza del teatro, la joven, que conocía a la perfección las canciones que la diva gritaba una y otra vez y que en su mente sonaban como música celestial, aprovechó la oscuridad y la soledad al término del ensayo para acercarse al escenario.
Una vez encima del escenario sintió cientos de mariposas revoloteando en su estómago. Sentía miedo por si la descubrían pero necesitaba hacerlo. Entonces, se dejó llevar y de su boca salió la más dulce melodía. Cuando hubo terminado el silencio que la envolvió de nuevo la sobrecogió y le golpeó igual que la realidad que vivía en ese teatro desde que era una niña y cada día durante 16 años. Pero no podía intuir que entre las sombras de aquel teatro se hallaba una figura que se deleitaría con su voz cada noche.
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