Hace unos instantes, un recuerdo fugaz ha hecho que me olvidara de todo invitándome a perderme en el momento que me mostraba como si fuera un remanso de paz entre tanto alboroto. Y quiero escribirlo aquí y ahora a medida que saboreo la sensación de tranquilidad que me envuelve. Estás tú, mi añorado yayo Félix, en la terracita de Fuencarral, de pie y algo encorvado frente a tu mesa de trabajo. Tus ojos parecen más grandes tras esos cristales. Tus manos se mueven sabias y certeras entre las herramientas de tu humilde taller. Ya hubo un gran carpintero que mereció alabanzas, pero no me las merece más que tú, créeme, pues son tus recuerdos mis oraciones y mi única fe.
Atrapado en la boca del gato tornillo, un fragmento amorfo de palé obediente y sumiso va tomando forma a golpe de cincel. Eres un artista. Das vida a lo que una vez la tuvo y le das alas a lo que jamás pudo volar. Aquellos fragmentos de madera, que otros bien hubieran usado para alimentar sus chimeneas en invierno, tú los convertiste en coloridos pájaros que, afinando mucho el oído, aún se oyen trinar. Pero cada vez el sonido es más lejano y temo que se extinga, como el eco de tu voz en mi frágil y acorazada memoria. Han pasado años ya desde que te fuiste, demasiados. No los quiero contar. Y los pájaros que antes parecían querer echar a volar ahora están inmóviles en sus peanas. Cada vez son más madera y menos animal. Son nuestras cosas de familia las que los hacen enmudecer y yo quiero que vuelvan a cantar, a pleno pulmón como tú hacías, monaguillo. Pero hasta los colores con que los bañaste parecen menos brillantes.., ¿qué puedo hacer? Es tan dolorosa tu ausencia que todo se ha vuelto del revés... Pero no quiero entristecerte yayo, ya me las apañaré. Quizá no llegue a Presidenta pero te aseguro que sólo a ti me quiero parecer.
Espérame un poquito más y en este tiempo prepárame chicle americano, que cuando llegue lo devoraré.
Te quiere,
tu nieta.
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