lunes, 20 de agosto de 2012
El gato que nada sabía.
Deslizaba su mano por el suave pelaje de su gato como hacía siempre que se sentaba a reflexionar. Por nimio que pueda parecer, aquel simple gesto le permitía adentrarse aún más en sus propios pensamientos. Por macabros que fueran, él seguía pareciendo un hombre frágil incluso benévolo con un visible amor por su compañero felino. Nada sabía esa pobre bola de pelo de los oscuros planes de su dueño. Vivía felizmente paseándose por la mansión, restregándose por los marcos dorados de sus puertas, arañando las carísimas tapicerías, agujereando los largos cortinajes, pateando las teclas del ancestral clavicémbalo, comiendo las más suculentas y apetitosas delicias que se encargaba de administrar su amo con la puntualidad de un reloj biológico. Pero no entraba en su diminuto cerebrito entender el plan que estaba a punto de acometer su querido dueño, el mismo que acariciaba pacientemente su pelaje sumido en un sueño de ambición. Los ronroneos de ambos se unían en sonora armonía en el silencio de la noche al calor del fuego de la chimenea.
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