sábado, 29 de junio de 2013
En su mirada el horizonte.
En su mirada el horizonte. En su alma una lucha incesante. En sus lágrimas el recuerdo del pasado. En sus pies el camino. En sus manos la crispación y la calma. En su boca un lamento inacabado y una protesta. En su pecho la llama.
El coleccionista.
Nunca había sentido tanta fascinación, tanto amor por nadie como sentía por sus preciosidades. Eran su bien más preciado, más mimado. Cada día, después de levantarse y colocarse su batín de terciopelo, se encerraba en la pequeña sala de trofeos y con el cuidado y el pulso de un cirujano sacaba los tesoros de sus ataúdes cristalinos para contemplarlos extasiado. Siempre del mismo modo, conteniendo la respiración como si su vaho pudiera corroer el material, con la misma parsimonia ceremonial, midiendo cada uno de sus movimientos, deleitándose con cada paso. Al verlas brillar bajo los primeros rayos del alba sentía una emoción difícil de describir que le recorría de pies a cabeza. Sentía una debilidad especial por aquellas obras de arte. Su padre le había inculcado desde niño ese amor por las navajas. Entre su colección se encontraban todo tipo de filos que harían las delicias de cualquier entendido, y él se afanaba en afilarlos y pulirlos cada mañana para conseguir ese brillo frío del acero que tanto placer le producía. Preparaba las piedras de afilar, las bañaba en una esencia de grasa humana que él mismo extraía de los cadáveres de sus víctimas, y durante horas deslizaba las cuchillas hasta ver en ellas su amado reflejo.
viernes, 28 de junio de 2013
Parálisis.
No he sabido reaccionar al posar mis manos inmóviles e insensibles sobre las teclas de mi adorado piano. No me respondían a órdenes tan conocidas antaño para ellas y tan sencillas como "ejerce fuerza para pulsar el do central". Nada. No había respuesta. Ha sido horrible. No entendía cómo una orden tan sencilla podía hacérseme tan cuesta arriba pero así era y mis ojos eran testigos de ello. Comencé a llorar en silencio paralizada en el taburete. Jamás volvería a sentir esa sensación única de crear cada sonido de una melodía y degustarlo poco a poco. No me imaginaba la vida sin esa emoción tan a mi alcance, sin ese sonido que me había acompañado desde niña y había llenado mi soledad. Me sentía vacía como nunca, como si me hubieran condenado a padecer una triste existencia sin mi música.
miércoles, 26 de junio de 2013
Extirpación imaginaria.
Igual que muere una mosca al arrancarle las alas o se mustia una flor sin el sol o agoniza un pez fuera del agua, así me pasaría a mí si me extirparan la imaginación. Me convertiría en un pájaro enjaulado, un aventurero enclaustrado, un lector sin libro, un músico sin instrumento, un niño sin su daimonion como diría P.Pullman, un corsario sin mar, un cuerpo sin más. Para mí no habría mayor tortura que ésa. Sólo perder de un plumazo los recuerdos de toda una vida sería comparable y bien sabe Dios que me abruma el simple hecho de pensarlo. Por eso doy gracias cada día de poder sentarme a pensar, divagar, perderme en extraños mundos, en sueños diurnos y escribir como alma que lleva el diablo, para en caso de extrema necesidad o en caso de extirpación imaginaria, volver sobre mis pasos y sentirme reconfortada con pequeños retales de lo que un día me permitió la vida.
Y hoy para desayunar... ¡sangre!
Hoy con los primeros rayos de sol filtrándose por la persiana, el pánico me ha recorrido entera erizándome cada pelo y envolviéndome en un sudor frío poco agradable. Después de una noche de verano, pesadillas y ronquera, esperaba volver a levantarme con esa sensación de sed tan familiar que me empuja a saltar de la cama hacia el baño para beber ansiosamente. Pero hoy no era sed de agua lo que tenía. ¿Aún seguía dormida y aquello era una pesadilla de las que cuesta despertar? Algo no iba bien, nada bien. Fui a la cocina temblorosa y descalza a prepararme el desayuno para ver si así me convencía de que todo era normal, pero con la tiritona se me cayó el vaso al suelo. ¡Qué torpeza la mía! Mil fragmentos de cristal del bueno cubrían el suelo de la cocina y me apresuré a recogerlos para evitarme la regañina segura de mi padre cuando viera aquel estropicio. Nerviosa y torpe no vi un buen cristal de hermosas y afiladísimas aristas y noté cómo me cortaba en el dedo del pie sin yo quererlo ni beberlo. ¡Maldita sea qué dolor y cuánta sangre para ser un pequeño corte! El líquido rojo empezaba a brotar y temí marearme como de costumbre ante su visión y su olor a hierro. Sin embargo, aún me asustó más no hacerlo. De pronto, sentí un ardor en la garganta que no había sentido jamás y un dolor tremendo me nacía en la boca. El deseo de beber aquella sangre se apoderó de mí enloqueciéndome, haciéndome perder la razón. Me contorsioné y chupé el fluido que me dejó con ganas de más. Ansiosa fui al baño a comprobar qué me estaba pasando pero cuando vi aquellos dos largos colmillos sobresaliendo de mis labios no necesité mayor explicación. ¿Qué haría ahora? ¿Dónde me escondería? ¿Donde encontraría más sangre? Entonces las aletas de mi nariz se dilataron. Me llegaba ese olor delicioso de la sangre caliente. Me dejé guiar por él. ¡OH NO! Me dirigía directamente a la cama de mi hermana, donde dormía plácidamente. Le estaba saliendo sangre de la nariz por el calor de la noche. ¡No no a ella no, maldita sea! ¿Pero cómo apagaría aquella sed? Entonces movida por un impulso irrefrenable me avalancé sobre su cuello y justo cuando notaba entrar su sangre a borbotones en mi boca de vampiro... me desperté.
¿Le amas?
- ¿Aún le amas verdad hermana?
Diana tenía la vista perdida, fijada en un punto en el horizonte por el que él había desaparecido hacía poco para no volver quizá jamás.
- Más que a nadie, más que al aire, más que a un sueño.
-¿Y aún con todo dejas que se vaya así, sin más? ¿Que se aleje, que te olvide?
Diana sabía lo que pretendía su hermana: hacerla entrar en razón e ir tras él y confiarle todo lo que sentía para lograr que se quedara a su lado. Sin embargo, Diana le amaba por encima de todo, incluso de su propio egoísmo. Por eso, quizá para terminar de convencerse dijo casi para sí misma.
- Solo así tendrá lo que quiere y será feliz. Yo le amaré en silencio, en la distancia, en cada momento.
- Deberías ir tras él, Di.
-¿Para qué? Nunca podré darle lo que anhela, ni ser quien quiere que sea. Nunca se fijó en mí, sino en aquellas jóvenes tan resultonas e indómitas, ¿por qué iba a hacerlo ahora que ha encontrado su camino? No, no seré yo quien le aparte de sus sueños. Hace tiempo decidí amarle hasta el fin de mis días como he hecho hasta ahora, sin importar que no sean para mí sus miradas, sus besos, sus caricias, sus te quiero...Le amaré sin condición, más allá del dolor de no tenerle, aceptando sus decisiones, sin ataduras ni egoísmos. Le amaré a cada instante y cada bocanada de aire que respire me llenará de vida para seguirle amando.
Diana tenía la vista perdida, fijada en un punto en el horizonte por el que él había desaparecido hacía poco para no volver quizá jamás.
- Más que a nadie, más que al aire, más que a un sueño.
-¿Y aún con todo dejas que se vaya así, sin más? ¿Que se aleje, que te olvide?
Diana sabía lo que pretendía su hermana: hacerla entrar en razón e ir tras él y confiarle todo lo que sentía para lograr que se quedara a su lado. Sin embargo, Diana le amaba por encima de todo, incluso de su propio egoísmo. Por eso, quizá para terminar de convencerse dijo casi para sí misma.
- Solo así tendrá lo que quiere y será feliz. Yo le amaré en silencio, en la distancia, en cada momento.
- Deberías ir tras él, Di.
-¿Para qué? Nunca podré darle lo que anhela, ni ser quien quiere que sea. Nunca se fijó en mí, sino en aquellas jóvenes tan resultonas e indómitas, ¿por qué iba a hacerlo ahora que ha encontrado su camino? No, no seré yo quien le aparte de sus sueños. Hace tiempo decidí amarle hasta el fin de mis días como he hecho hasta ahora, sin importar que no sean para mí sus miradas, sus besos, sus caricias, sus te quiero...Le amaré sin condición, más allá del dolor de no tenerle, aceptando sus decisiones, sin ataduras ni egoísmos. Le amaré a cada instante y cada bocanada de aire que respire me llenará de vida para seguirle amando.
domingo, 23 de junio de 2013
Patinando en el Polo.
Hoy en sueños he patinado sobre el Polo y he disfrutado tanto que no he notado cómo me congelaba poco a poco bajo el pijama de elefantes. No os podéis imaginar la blancura imposible de aquel lugar que se resquebrajaba bajo las cuchillas. Ni el Cielo mismo puede ser tan puro, tan blanco, tan silencioso. Y era tal la quietud que me asusté cuando me envolvió el eco. A mi paso una familia de osos polares se me quedó mirando y al verme reir a carcajadas los oseznos quisieron imitarme y echaron a correr dejándose deslizar por las placas de hielo. A ellos se unieron una pareja de pingüinos y sus polluelos que se lanzaban aterrizando de panza sobre la superficie como si fueran trineos cortando el viento a toda velocidad. No creí posible tanta felicidad en unos simples patines. En cuanto cogí un poco de confianza comencé a arriesgar con saltos imposibles, piruetas de pico de iceberg en pico de iceberg, rozando las nubes con la punta de los dedos y llevándome trozos de su algodón a la boca. Dos gaviotas que revoloteaban a mi alrededor agujereando los nimbos tuvieron a bien hacer de mis alas y juntas sobrevolamos el paraje inmaculado hasta que me dejaron caer al agua glacial. Temiendo ahogarme en aquellas aguas tan frías y quietas como la muerte me desperté de golpe.
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