martes, 13 de agosto de 2013

El grupo XXI.

Ellos también querían formar parte de la historia, de esa historia reservada a unos pocos, olvidada en los libros, la que surge de las proezas creativas y no de la pluma del vencedor de la guerra. La misma que se había forjado en espacios clandestinos a lo largo de los siglos. Ellos no eran menos. Eran "El grupo XXI" en referencia al siglo en el que desarrollaron toda su actividad. Aprovechaban la oscuridad y quietud de la noche cerrada para reunirse en sitios secretos para escribir, conversar de los temas más candentes, de ciencia, medicina, arquitectura.., y de los olvidados pero no menos importantes y sobre todo para hacer música, la pasión que los unía. Trabajaban con fervor y se guardaban muy mucho de hablar de sus salidas nocturnas. Cuidaban al extremo cada detalle conscientes del valor de pertenecer a ese grupo y custodiaban sus documentos y creaciones como si se tratara de mercancía ilegal que debía permanecer oculta para que no les fuera arrebatada. Buscaban nuevos conceptos, nuevos temas, nuevas armonías en clubes de todos los contienentes, componían mezclando en sus obras códigos cifrados para que se preservaran en el tiempo y fueran descifrados únicamente por aquellos que verdaderamente pudieran reconocerlos y valorar las obras en un futuro. Eran jóvenes artistas que de día tenían una apariencia muy normal, que pasaba desapercibida y de noche escribían el avance, el progreso.

lunes, 12 de agosto de 2013

El balinés.


Mi mente arrugada aún conserva nítidos recuerdos de mis espléndidos años de juventud.

Aquí sentada en un cómodo butacón con mis agujas de punto en mano tejiendo una hermosa colcha para mi nietecita me asaltan las aventuras vividas en Bali. Es curioso cómo hace mella lo vivido, cómo están impresos esos recuerdos en la memoria, intactos, igual de intensos que entonces.

Recuerdo bien aquella expedición. Por aquel entonces yo era una muchachita bien educada, de buenos modales, culta y aventurera, cosa que me habían permitido mi origen de alta cuna británica y una buena hacienda. No quise desaprovechar la oportunidad de viajar a Bali con mi padre, los hombres que lo acompañaban para estudiar el comercio y las oportunidades de negocio en esas tierras y mi anciana ama de cría.

Recuerdo aquellos parajes tan salvajes como sus gentes despojadas de todo lujo e incluso de una vestimenta apropiada. Recuerdo también cómo me impactaron sus ritos mortuorios, sus ideas primitivas, la sumisión de sus mujeres por cuya erradicación luchábamos en Occidente con uñas y dientes…

El primer contacto que tuve con un balinés fue al bajar del barco y ser recibidos por la comitiva portuaria del gobierno británico allí asentado. Entre los miembros de esa comitiva se encontraban dos traductores balineses que no entendieron por qué los demás hombres me saludaban con el mismo respeto que a mi padre. Supongo que también les sorprenderían mis ropajes, el corsé que me dificultaba la respiración, mi blusa pomposa de encaje, mi larga falda, mi elaborado tocado y mi quitasol.

Todo allí se me hizo muy duro. Echaba mucho de menos mi vida en la civilizada Inglaterra, mi hogar y las costumbres remilgadas.

Pero lo olvidé en cuanto llegamos a los “jardines selváticos”, así los llamaba mi padre pues apenas sabía pronunciar su nombre en el lenguaje nativo. La intensa humedad me sofocaba y las ropas bañadas en sudor se me pegaban al cuerpo. El moño deshecho y los mechones de pelo me agobiaban y a esa irritante sensación se sumó el murmullo incesante de los hombres de mi padre hablando de relaciones políticas y comerciales entre el Viejo Mundo y aquellas islas. Mi ama de cría se había quedado en la embajada porque a su edad y a sus achaques no les hacía ningún bien tanta humedad así que no había nadie que me prestara un mínimo de atención.

Aprovechando la distracción de los demás me escurrí entre los árboles frondosos para liberarme del corsé y encontrar alguna fuente en la que refrescarme. No tuve que andar demasiado para llegar a oír el susurro de un arroyo y de un salto de agua. Me puse en marcha hacia el origen de aquellos sonidos extremando el cuidado para no resbalarme por el musgo crecido en las rocas que salpicaban el camino y cuando me iba a deshacer del último arbusto que se interponía en mi búsqueda del agua una visión extraordinaria me paralizó.

Nunca antes había visto un cuerpo tan bello, de piel oscura. Aquel muchacho había llegado al arroyo con la intención de deshacerse de aquel calor bochornoso, como yo. Pero algo me impidió moverme de entre los arbustos. Noté cómo se encendía algo en mi interior que impedía a mis ojos despegarse de las gotas que resbalaban por su espalda desde su cabello negro como el ébano. De ese mismo color eran sus ojos en contraste con sus dientes perlados y perfectos. Nunca había visto tanta perfección al natural. Sentía las mejillas ardiendo y el pulso acelerado y de repente recordé que aquel maldito corsé no me permitía el lujo de hiperventilar ante aquel monumento balinés.

Entonces la inoportuna voz de mi padre gritando mi nombre me despertó de aquella ensoñación y también sobresaltó al balinés que me fulminó con la mirada antes de que yo desapareciera de nuevo entre la espesura.

domingo, 11 de agosto de 2013

Hoy quiero ser pirata.

Alguien cantó una vez que "la de un pirata es la vida mejor". Pues eso es lo que quiero ser hoy. Sí señor. Hoy quiero ser pirata y surcar los mares de mis sueños como si no hubiera mañana. Quiero descubrir botines y enzarzarme en luchas sin fin, perderme en bellas y peligrosas islas vírgenes y caer derrotada junto a la hoguera después de una noche de sexo y buen ron.

viernes, 9 de agosto de 2013

My reflection.

Casi siempre que me siento frente a una ventana tengo la tentación de mirar por ella para descubrir qué se ve tras el cristal pero siempre se interpone el reflejo como queriéndome mandar alguna señal o advertirme de algo. Entonces me convierto en espectadora de la vida y a menudo siento que la realidad que se proyecta en él me dice cosas que me pasan desapercibidas. Son como dos mundos paralelos que se ignoran por completo, que transcurren simultáneamente pero sin pararse a pensar en la existencia del otro. A menudo andamos por las calles mirando a través de los cristales para descubrir fantásticos escaparates pero pocas veces nos paramos a mirar el reflejo. Y entonces ocurre ese extraño fenómeno por el que nos quedamos atrapados, hipnotizados, mirando el cristal y la verdad que en él se refleja. Todo cambia cuando nos vemos reflejados en el cristal. Se nos pone cara de pez. Yo me he encontrado hoy con mi reflejo y la verdad es que no esperaba verme así. Ha sido un impacto total ver cómo aquella chica de 23 años me devolvía la mirada sentada en una cafetería perdida en sus pensamientos, cabizbaja y sin brillo en la mirada. Era un reflejo tenue, desdibujado, triste. Lo cierto es que no me recordaba así. De verdad que no. Pretendía ser una chica con expectativas y ganas de lucha pero no sé en qué me he convertido. En algún momento me ha parecido ver que mi reflejo trataba de hablar pero algo se lo impedía, quizá sus fríos labios de cristal no podían despegarse. En realidad no han hecho falta las palabras. La he entendido a las mil maravillas porque he visto mi miedo en sus ojos. Demasiado para ser un simple y tenue reflejo. Con un leve asentimiento le he prometido cambiar.

Ella.


Ella era una chica diferente. Aún recuerdo esa última mirada que me dedicó picarona en lo alto del acantilado. Me dejó helado y ardiendo a la vez. Con las ganas de tirarme al mar con el propósito de aplacar la hipertermia que me provocaba el simple hecho de mirarla. Era tan osada, tan guerrera, tan salvaje, tan única. El negro de sus ojos me envolvía y me apresaba y la curva de la medio sonrisa de sus labios me dejaba sin aliento, en coma. Fue un verano espléndido. Lleno de luz. La luz que irradiaba Ella. Nunca la olvidaré. Tengo su retrato pintado en las retinas y cada vez que cierro los ojos vuelvo a estar a su lado en aquel acantilado bañado por el sol corriendo tras ella de roca en roca y acariciando su piel morena con la fascinación de quien puede rozar con la punta de los dedos una sublime obra de arte.

Poema desesperado.

He venido haciendo cuentas
7 noches sin dormir,
quebraderos de cabeza
y algún que otro lexatín.
Y es que se acaba el verano
y Septiembre ya está ahí
y yo sigo aquí encerrada
en mi piso de Madrid.

¡Ay qué triste es esta vida!
Sólo pienso en el salir,
irme ya de vacaciones
a Gandía o por ahí.
Pero está todo tan caro
y el bolsillo así así...
que me hago ya a la idea
de un verano sin París.



jueves, 8 de agosto de 2013

Estimulante para nada.

No hay nada más frustrante que sentirse vacío.
Hay quienes encuentran estimulante empezar a escribir las páginas de un libro en blanco; sin embargo a mi me desquicia. Me da vértigo y me vuelve del revés. ¿Estimulante dicen? Estimulante para nada. De hecho, creo que tengo la mala fortuna de no hacer en mi vida otra cosa más que empezar libros sin terminarlos. Y quien dice libros dice empresas de cualquier naturaleza. Y creo que el problema está en que empiezo con la ilusión de una niña pequeña casi inconsciente y con una aparente titánica voluntad de hierro pero a mitad del camino no sé cómo pero me vacío. Sí sí. Como leéis. Así de simple. Vacía como las tetas de una prepuber. Y cuando siento ese vacío soy incapaz de reaccionar porque no hay nada dentro de mí. ¡Absolutamente nada! ¡Vacío! Y así me siento hoy. Como una ubre de una oveja en secado, como una uva pasa insulsa sin contenido: sólo pellejo.