jueves, 12 de marzo de 2020

Magnium.

Nos sacan de la ciudad. Es raro verla y más a esta velocidad.

Llevan unas semanas muy nerviosos en la mina. Es difícil mantener la calma aunque la finjamos. No queda otra. Todos desviamos las miradas, más no los oídos. Los músculos en tensión, el pulso acelerado, los sentidos alerta. Hablamos más ásperamente, si cabe. El ruido abotarga. Han cortado las emisiones de la radio. Aislándonos nos preparan. Algunos no soportan las condiciones.

La vida en la mina no nos hace criaturas amigables precisamente, aunque hubo un tiempo en que lo fuimos. Todo aquello quedó olvidado en la superficie arrasada que nos vimos obligados a abandonar para evitar el colapso superpoblacional en nuestro territorio. Somos los marginados. El sector de la mina. La mina a secas.

Cada día amanece más temprano en los corredores de celdas. Abandonamos las camas antes de la llamada de los supervisores por los altavoces. Antes de que activen el sistema de luz y refuercen la ventilación. Antes de que se abra el compartimento que nos ofrece la cápsula vitamínica y nos demos el baño de radiación. El ritual del despertar en la mina. Día tras día. Siempre las mismas rutinas.

Creo que tengo 30 años. Nunca viví en la superficie, aunque la conozco. Soy marginada de nacimiento y desde hace poco entrenadora. Hasta mi nombramiento fui cazadora. Cuando se apaga el sistema de luz sueño otra vida. Hay pocos como yo. Algunos sospechan de mí.

En los entrenamientos reina el silencio. Ellas parecen notar que el momento de mostrar sus capacidades se aproxima, sus estrategias más eficaces, sus movimientos más certeros en los simuladores.

Los capataces se encuentran en las galerías y hablan de las noticias que traen los buscadores. La confidencialidad vale la vida misma. Los espías están entre nosotros, comen en nuestras mesas y a veces resultan ser los mejores amigos de alguien que conocemos. A veces pagan justos por pecadores, así delatan los que tienen tanto que callar. Los más desconfiados no se arriesgan ni a hablar. A veces surgen peleas espontáneas en el comedor. Otras veces no son tan espontáneas. Han prohibido las visitas de las familias a las cazadoras. Ahora deben concentrarse. Yo no recuerdo a mi familia.

Un paso en falso de nuestra mina y se pondrán en jaque las demás ciudades. Todas buscan lo mismo: el maldito mineral que parece reírse de todos nosotros. No sabemos cuál es su función pero, por lo que parece, merece nuestra forma de vida. Aquí abajo nadie pregunta. Aquí abajo nadie sabe. No hay oportunidad de saber ni de preguntar si no es bajo pena de muerte.

Hay rumores de una nueva veta de magnium. Después de tres años de sequía... Después de tantas búsquedas erradas... Hemos recibido órdenes de incrementar la intensidad de los entrenamientos de las cazadoras. Eso significa que volvemos a entrar en acción. Deben estar seguros de las nuevas informaciones. Por eso nos sacan de la mina. Y de la ciudad. No sabemos dónde han localizado la veta. Debemos ser cautelosos y rápidos. Es vital. Si fuera una falsa alarma.., si fuéramos víctimas de una emboscada o de una trampa de otra ciudad... Nunca hemos menospreciado esas posibilidades... Entonces... Entonces rodarían cabezas. Sería el culmen de una guerra soterrada.

En el vagón, las novatas miran ansiosas por las ventanas a la noche cerrada. La primera vez es excitante, lo admito. Esta noche daremos caza a los gigantes. Un ejemplar adulto extrae el mineral mejor que cientos de humanos. Será una noche difícil. Los gigantes no son fáciles de cazar. Tras siglos de explotación, los pocos que han escapado a nuestras cacerías (había que dejarlos criar) han mejorado sus técnicas de defensa. Muchos caerán. Novatas, experimentadas y entrenadoras, también. Para eso nacemos las mujeres en la mina.

Oponerse nunca ha sido una opción. Por eso, esta noche huiré.

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