domingo, 3 de septiembre de 2017

La Ilusionista.

La Comunidad Mágica nunca vio con buenos ojos lo que hacía. Lo consideraban exhibicionismo y traición.
Claro que también era "objetivo abatible" para las Autoridades no Mágicas. Lo que hacía era, como decían, cosa de brujería y atentaba contra las leyes de los hombres y los dioses.
La persiguieron incesantemente. Incluso llegaron a pedir una recompensa considerable, muy considerable, por encontrarla y entregarla viva o muerta.
Creó mucha expectación. Más, si era posible.
Tenían espías dispersos por las calles, entrenados sólo para reconocerla y atraparla... Hicieron correr rumores de que la habían arrestado por fin para desprestigiarla, para restarle importancia, para que cayera en el olvido.
Pero ella era más lista que todas esas mentes obtusas y jugaba bien sus cartas. Eso la hacía más fascinante aún. 

Tanto se fantaseó con su existencia que se convirtió en un auténtico mito.

Yo la vi, cuando era una adolescente, en un tugurio de mala muerte después de la jornada en la fábrica allá por diciembre de 1920. Aún me cuesta creerlo.

La llamaban “La Ilusionista”. Nunca sabías dónde aparecería pero si eras suficientemente afortunado y ella te consideraba "puro de mente", te elegía para que creyeras en ella, y por ende en la magia.


Bebía cerveza cuando apareció tras de mí. Corrían rumores sobre su aspecto cambiante. Me hizo seguirla hasta el callejón. Cuando llegamos al pasadizo, cerró los ojos y comenzó a acariciarme la cara, el pelo, el cuello, los brazos.., creo que estaba recordando mi silueta o algo así. Era como si me estuviera dibujando en su mente... Entonces vi cómo las venas de sus manos comenzaron a emitir un brillo azulado que las recorría hasta llegar a las puntas de sus dedos. De ellas fue brotando un hilillo de una sustancia indefinible e ingrávida de ese mismo brillo azulado, que emergía en forma de volutas de humo e iba quedando poco a poco suspendida en el aire. Al principio no reconocí la figura hasta que pude contemplar ante mí, una forma humana. ¡Era yo! O mi reflejo, o mi esencia. Pero era yo. Mi pelo, mi vestido, mi colgante... Fue tal mi embelesamiento que no vi cómo desapareció en una llamarada de humo verde. Creí.

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