viernes, 30 de enero de 2015
lunes, 26 de enero de 2015
Contando baldosas.
Hoy he llegado a una conclusión ¿maravillosa? No, nada tiene de especial y mucho menos de maravillosa. Más bien debería decir que he llegado a una conclusión normalucha, del montón, de ésas en las que no merece la pena reparar y mucho menos ponerse a pensar en ella y menos si cabe escribirla. Una conclusión extraña. Una más de las muchas que me rondan al finalizar un día insulso, un día sin brillo, sin nada mejor que contar. Y es que mirando el parquet del pasillo de mi casa esperando para entrar al cuarto de baño he tenido un flashback de los fuertes. Sí, sí, de los fuertes. De ésos que te dejan en shock y que si tienes cierta visión literaria intentas saborear pensando en la forma que vas a darle cuando lo escribas en el blog como si fuera lo más curioso y asombroso del mundo. Y es que por mi mente han pasado, como si se tratara de una película premortem, todos los suelos que he pisado en mi vida y he concluído que gran parte de mi existencia la he pasado contando baldosas. En eso sí que he salido a mi abuelo Marcelino. Ambos compartimos la extraña costumbre de caminar mirando al suelo. Otros miran al frente, como es lo suyo, cosa que no te da el típico aspecto de niña ausente, pero nosotros somos de ese género raro que mira al suelo porque teme tropezar con algo (cuando no lo hice choqué contra una farola) porque siempre hay algo que pueda hacerte tropezar o simplemente porque sí. Y yo además le he sumado a esa inservible costumbre el mirar al suelo cuando espero, no porque alrededor no hubiera nada interesante sino simplemente porque me gustaban las baldosas. He contado muchas en mi vida. ¿Habré llegado al millón? Fácilmente. Las he contado sin descanso en el colegio esperando a entrar en clase.., en el "otro colegio" esperando entrar a clase de piano.., en la facultad.., en la habitación del hospital evitando que me sobreviniera el sueño para poder cuidar de mi abuelo.., Y todo esto me ha llevado a la terrible sensación de haberme pasado las horas más jugosas de mi vida esperando. Siempre esperando.
domingo, 25 de enero de 2015
sábado, 24 de enero de 2015
viernes, 23 de enero de 2015
Los Zapatos Fúnebres.
A veces los relatos más turbadores salen de las pesadillas nocturnas más horribles, ésas que nos envuelven en un sudor frío y un desbocado palpitar, del que no tenemos otra salida más que despertar a tiempo.
La joven Chris corría descalza y desesperada por aquel interminable sendero salvaje. La jauría que la perseguía hambrienta no parecía ceder al cansancio y ella estaba a punto de claudicar. Era su fin. Podía sentir el hediondo aliento de la muerte muy cerca de su nuca, provocándole violentos escalofríos que la hacían sacudirse entera. No podía más. Aquellos engendros harían con ella lo que quisieran porque no iba a presentar batalla tan derrotada y exhausta como estaba. Así que empezó a hacerse a la idea de abandonar su cuerpo a tal desdichado destino. Sin embargo, sus pies cansados seguían machacando los afilados guijarros del sendero sin tregua como si se negaran a aceptar el cruel sino que les esperaba si dejaban de hacerlo. Entonces frente a ella se alzó de la nada, como por arte de magia, una imponente fachada gris. No podía creerlo. Justo cuando empezaba a hacerse a la idea de que jamás vería un nuevo amanecer, apareció allí mismo, como si nada, aquella mansión. Ella no dejaba de correr, sin mirar atrás, acercándose más y más a aquella casa, y cuando pensaba que se estamparía contra la puerta, ésta se abrió de par en par dejándola entrar. A su paso se cerró violentamente y desde el otro lado pudo oír cómo los engendros se chocaban contra ella rompiéndose los cráneos que crujían desparramando su contenido por todas partes, helándole la sangre. Aún con el susto en el cuerpo, parecía que iba a vomitar el corazón, se dio cuenta de que llevaba tiempo conteniendo la respiración así que probó a inspirar y el aire helado de la estancia le quemó los pulmones. Los temblores no cesaban pero al verse a salvo en aquella casa sombría trató de recomponerse. Todo estaba extrañamente oscuro. Entonces una forma desdibujada al otro lado del largo pasillo empezó a moverse entre las sombras. La penumbra de la habitación no le permitía discernir qué era aquello que se le acercaba y Chris no pudo evitar retroceder ante aquello desconocido hasta toparse de espaldas contra lo que parecía un ventanal por el que a penas entraba luz. Cuando aquella cosa, que parecía estar suspendida en el aire bailando como una débil llama fantasmagórica, se acercó lo suficiente, Chris pudo ver de qué se trataba. Un cojín rojo que portaba dos zapatos aún más rojos llegaba en las pálidas manos de un sirviente. Chris trató de mirar a la cara escondida en las sombras de aquel mayordomo pero para su horror descubrió que tenía las cuencas vacías. Chris no pudo reprimir un grito de horror. El mayordomo parecía indicarle que se pusiera aquellos zapatos. Chris, tras pensárselo mucho, terminó por obedecer y se los puso lentamente, sin poder evitar mirarlos con extrañeza. Eran unos zapatos de un rojo brillante, que provocaban en ella una extraña hipnosis, una suerte de tentación, pues podían ser el sueño de cualquier chica como ella, acostumbrada a viejos zapatos oscuros y raídos. Entonces los vio allí en sus pies, tan bonitos, tan relucientes... Y cuando se empezaba a acostumbrar a su brillo otro sirviente de cuencas vacías apareció con otro cojín y otro par de zapatos aún más preciosos que los anteriores, y tras él se empezaba a amontonar una fila de sirvientes con cojines y zapatos a cuál más original. Eran tantos que Chris empezó a sentirse agobiada. Trató de buscar espacio y volvió a palpar el cristal del ventanal. Pensó que quizá los engendros que la habían perseguido sin tregua hasta aquella casa habrían cejado en su intento por devorarla y echó de menos estar fuera de aquella mansión, lejos de aquellos seres, y volver junto a los suyos. Entonces miró por el ventanal y lo que entendió de aquella visión le heló la sangre. Un convoy de coches fúnebres conducidos por hombres con cuencas vacías entraban a cuentagotas en la parte trasera de aquella mansión y de ellos extraían camillas con cuerpos cubiertos por una sábana de la que sólo asomaban sus pies cubiertos por espléndidos zapatos. Chris reprimió el vómito. Aquellos seres la habían empujado a la casa para ofrecerla como tributo aquellos zapatos fúnebres...
Entonces despertó.
La joven Chris corría descalza y desesperada por aquel interminable sendero salvaje. La jauría que la perseguía hambrienta no parecía ceder al cansancio y ella estaba a punto de claudicar. Era su fin. Podía sentir el hediondo aliento de la muerte muy cerca de su nuca, provocándole violentos escalofríos que la hacían sacudirse entera. No podía más. Aquellos engendros harían con ella lo que quisieran porque no iba a presentar batalla tan derrotada y exhausta como estaba. Así que empezó a hacerse a la idea de abandonar su cuerpo a tal desdichado destino. Sin embargo, sus pies cansados seguían machacando los afilados guijarros del sendero sin tregua como si se negaran a aceptar el cruel sino que les esperaba si dejaban de hacerlo. Entonces frente a ella se alzó de la nada, como por arte de magia, una imponente fachada gris. No podía creerlo. Justo cuando empezaba a hacerse a la idea de que jamás vería un nuevo amanecer, apareció allí mismo, como si nada, aquella mansión. Ella no dejaba de correr, sin mirar atrás, acercándose más y más a aquella casa, y cuando pensaba que se estamparía contra la puerta, ésta se abrió de par en par dejándola entrar. A su paso se cerró violentamente y desde el otro lado pudo oír cómo los engendros se chocaban contra ella rompiéndose los cráneos que crujían desparramando su contenido por todas partes, helándole la sangre. Aún con el susto en el cuerpo, parecía que iba a vomitar el corazón, se dio cuenta de que llevaba tiempo conteniendo la respiración así que probó a inspirar y el aire helado de la estancia le quemó los pulmones. Los temblores no cesaban pero al verse a salvo en aquella casa sombría trató de recomponerse. Todo estaba extrañamente oscuro. Entonces una forma desdibujada al otro lado del largo pasillo empezó a moverse entre las sombras. La penumbra de la habitación no le permitía discernir qué era aquello que se le acercaba y Chris no pudo evitar retroceder ante aquello desconocido hasta toparse de espaldas contra lo que parecía un ventanal por el que a penas entraba luz. Cuando aquella cosa, que parecía estar suspendida en el aire bailando como una débil llama fantasmagórica, se acercó lo suficiente, Chris pudo ver de qué se trataba. Un cojín rojo que portaba dos zapatos aún más rojos llegaba en las pálidas manos de un sirviente. Chris trató de mirar a la cara escondida en las sombras de aquel mayordomo pero para su horror descubrió que tenía las cuencas vacías. Chris no pudo reprimir un grito de horror. El mayordomo parecía indicarle que se pusiera aquellos zapatos. Chris, tras pensárselo mucho, terminó por obedecer y se los puso lentamente, sin poder evitar mirarlos con extrañeza. Eran unos zapatos de un rojo brillante, que provocaban en ella una extraña hipnosis, una suerte de tentación, pues podían ser el sueño de cualquier chica como ella, acostumbrada a viejos zapatos oscuros y raídos. Entonces los vio allí en sus pies, tan bonitos, tan relucientes... Y cuando se empezaba a acostumbrar a su brillo otro sirviente de cuencas vacías apareció con otro cojín y otro par de zapatos aún más preciosos que los anteriores, y tras él se empezaba a amontonar una fila de sirvientes con cojines y zapatos a cuál más original. Eran tantos que Chris empezó a sentirse agobiada. Trató de buscar espacio y volvió a palpar el cristal del ventanal. Pensó que quizá los engendros que la habían perseguido sin tregua hasta aquella casa habrían cejado en su intento por devorarla y echó de menos estar fuera de aquella mansión, lejos de aquellos seres, y volver junto a los suyos. Entonces miró por el ventanal y lo que entendió de aquella visión le heló la sangre. Un convoy de coches fúnebres conducidos por hombres con cuencas vacías entraban a cuentagotas en la parte trasera de aquella mansión y de ellos extraían camillas con cuerpos cubiertos por una sábana de la que sólo asomaban sus pies cubiertos por espléndidos zapatos. Chris reprimió el vómito. Aquellos seres la habían empujado a la casa para ofrecerla como tributo aquellos zapatos fúnebres...
Entonces despertó.
jueves, 22 de enero de 2015
jueves, 15 de enero de 2015
La venganza de Keshan.
-Keshan… Keshan… Ummmmm es un nombre realmente inspirador…. Extremadamente sugerente me permitiría añadir. Pero.., ¿yo esperaría encontrar a un hombre detrás de ese nombre?
-Pues aquel que lo haga se llevará una decepción.
-Ya veo que te gusta jugar con el factor sorpresa.
-Simplemente no quiero ponérselo fácil, madre Tapkin. Sé que rehuiría luchar conmigo y no he llegado hasta aquí para nada, no quiero perder la oportunidad de atravesarle con mi espada.
-Así pues has decidido Anna. Tu nombre desaparecerá con tu antiguo yo y tras el entrenamiento serás Keshan hasta cumplir tu objetivo de venganza. Haremos correr tu leyenda y lo atraeremos hasta ti. Yo te enseñaré el arte de la lucha y sólo tu conciencia te permitirá renunciar a tu deseo de tomarte la justicia por tu mano si decides retractarte en algún momento. Está en ti.
-Lo sé. Sólo te pido que me enseñes. Yo responderé ante mi conciencia, ante los hombres y ante Dios.
-¿Y tu hijo?
-Él no ha de cargar con las consecuencias que acarree el odio que nos profesamos su padre, si es que debe recibir tal título, y yo.
-Pero tu hijo te ama, tal y como eres, y rechazará este deseo de venganza que te ha podrido el alma. Te odiará cuando lo sepa.
Una sombra de algo que en otro tiempo había sido una profunda tristeza apareció en los ojos de Anna, pero enseguida recompuso el gesto y su voz sonó gélida.
-Lo concebí muy joven, cuando amaba a Gero, y lo crié a salvo de esta obsesión. Marcel me prometió que le diría, llegado el momento, que yo me había empeñado en partir en busca de mi destino encontrando la muerte. Jamás sabrá la historia de sangre que ha manchado a sus padres. Nunca supo ni sabrá que Gero me traicionó por poder, que mató a mi padre sólo porque se lo ordenaron y que él no dudó un instante porque siempre lo detestó. Que vio el dolor y la súplica en mis ojos y aún así decidió meterme en aquel barco condenado a la deriva para mantenerme lejos de él y sus aspiraciones aristocráticas, para poder construir y refugiarse en su inquebrantable fortaleza de grandiosa e inmaculada reputación. Nunca supo antes de aquello que esperaba un hijo. Gero estaba demasiado ocupado lamiéndole el culo a esas sabandijas que le llenaron de avaricia y le cegaron. Ahora sé que mi destino es arder en el Infierno con aquel que amé y tanto he odiado. Él pudo ser mi salvación y ahora es mi condena. Lo tengo asumido madre Tapkin. Pagaré mi error toda la eternidad. Estoy dispuesta. Pero necesito llegar hasta él sin que se dé cuenta y para eso os necesito y cuando lo haga, no le dejaré escapar. Nos diremos todo lo que no nos hemos dicho y después inevitablemente nos llegará la hora de acabar lo que ya ha empezado. Es la única salida. Mi única opción de redimirnos aunque sea por la fuerza.
-Pues aquel que lo haga se llevará una decepción.
-Ya veo que te gusta jugar con el factor sorpresa.
-Simplemente no quiero ponérselo fácil, madre Tapkin. Sé que rehuiría luchar conmigo y no he llegado hasta aquí para nada, no quiero perder la oportunidad de atravesarle con mi espada.
-Así pues has decidido Anna. Tu nombre desaparecerá con tu antiguo yo y tras el entrenamiento serás Keshan hasta cumplir tu objetivo de venganza. Haremos correr tu leyenda y lo atraeremos hasta ti. Yo te enseñaré el arte de la lucha y sólo tu conciencia te permitirá renunciar a tu deseo de tomarte la justicia por tu mano si decides retractarte en algún momento. Está en ti.
-Lo sé. Sólo te pido que me enseñes. Yo responderé ante mi conciencia, ante los hombres y ante Dios.
-¿Y tu hijo?
-Él no ha de cargar con las consecuencias que acarree el odio que nos profesamos su padre, si es que debe recibir tal título, y yo.
-Pero tu hijo te ama, tal y como eres, y rechazará este deseo de venganza que te ha podrido el alma. Te odiará cuando lo sepa.
Una sombra de algo que en otro tiempo había sido una profunda tristeza apareció en los ojos de Anna, pero enseguida recompuso el gesto y su voz sonó gélida.
-Lo concebí muy joven, cuando amaba a Gero, y lo crié a salvo de esta obsesión. Marcel me prometió que le diría, llegado el momento, que yo me había empeñado en partir en busca de mi destino encontrando la muerte. Jamás sabrá la historia de sangre que ha manchado a sus padres. Nunca supo ni sabrá que Gero me traicionó por poder, que mató a mi padre sólo porque se lo ordenaron y que él no dudó un instante porque siempre lo detestó. Que vio el dolor y la súplica en mis ojos y aún así decidió meterme en aquel barco condenado a la deriva para mantenerme lejos de él y sus aspiraciones aristocráticas, para poder construir y refugiarse en su inquebrantable fortaleza de grandiosa e inmaculada reputación. Nunca supo antes de aquello que esperaba un hijo. Gero estaba demasiado ocupado lamiéndole el culo a esas sabandijas que le llenaron de avaricia y le cegaron. Ahora sé que mi destino es arder en el Infierno con aquel que amé y tanto he odiado. Él pudo ser mi salvación y ahora es mi condena. Lo tengo asumido madre Tapkin. Pagaré mi error toda la eternidad. Estoy dispuesta. Pero necesito llegar hasta él sin que se dé cuenta y para eso os necesito y cuando lo haga, no le dejaré escapar. Nos diremos todo lo que no nos hemos dicho y después inevitablemente nos llegará la hora de acabar lo que ya ha empezado. Es la única salida. Mi única opción de redimirnos aunque sea por la fuerza.
martes, 13 de enero de 2015
Jeróme.
El pequeño Jeróme, desobedeciendo las órdenes de sus padres por seguir el impulso que nace de lo más profundo de su ser, se adentra en los dominios de Isabelle. La mansión Grisard y sus salvajes inmediaciones tienen encogido al pobre Jeróme... Y lo que alcanza a ver a través del ventanuco del sótano le paraliza, helándole la sangre.
Mi pequeño tributo a Laura Gallego García.
domingo, 11 de enero de 2015
El rey de piedra. Primera parte.
Aquellos que ven más allá cuentan que siempre que surge un poder oscuro, otro igual opuesto nace para contrarrestarlo.
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Todos sabían que el rey Ethey había muerto. Era más que evidente porque un denso silencio lo inundaba todo y era de todos sabido que al pobre rey Ethey lo que menos le gustaba en este mundo era el silencio. Nadie en la modesta aldea de Arviria sabía nada del nuevo soberano que sucedía a Ethey gobernando desde el imponente palacio de mármol ennegrecido, antaño níveo y resplandeciente, que se erguía orgulloso tras el bosque encantado, pero lo que sí podían sospechar es que nada sería igual desde aquel momento.
Eran muchos los que esperaban oír el anuncio oficial de su muerte y de la consiguiente celebración de los fastuosas ceremonias fúnebres, como era tradición por aquellas tierras tras el fallecimiento de un rey, pero aquel anuncio no llegaba. Ni siquiera el lacayo de Ethey, el fiel Monreau, había ido a comunicarlo en persona a la plaza de la aldea como habría cabido esperar. No era propio de Ethey abandonar los asuntos del reino, ni dejar a su pueblo a merced de la más absoluta ignorancia con respecto a lo que ocurría en la corte pero habían pasado unos años en los que Ethey había parecido ser engullido por las paredes de su palacio. Así ocurrió que las tabernas de los alrededores se convirtieron en verdaderos hervideros de chismorreos y leyendas. Casi valía más en aquellos días un buen rumor sobre el monarca que una joya venida de la mismísima Alejandría.
El rey Ethey, que siempre se había ganado a pulso que los aldeanos hablaran de él y de lo magnífico de su corte, seguía estando en boca de todos y nunca se habría llegado a figurar de qué manera. Unos preguntaban incrédulos si había fallecido realmente, otros respondían con el morbo brillándoles en los ojos que el viejo rey se había dado al vampirismo pero seguía gobernando desde las sombras, vagando por las inmediaciones al acecho de presas a las que hincar el diente.., otros negaban que estuviera muerto porque pensaban que era inmortal. Nadie sabía qué había pasado con Ethey. Sin embargo, entre tanta fantasía se podía escuchar de vez en cuando alguna historia no demasiado descabellada pero nadie sabía con certeza qué había sido de él y eso les llenaba de incertidumbre.
Todos conocían a Ethey, o al menos creían haberlo conocido... Era un rey pacífico, piadoso, que en su juventud se había ganado fama de conquistador de damas, y que se regocijaba llenando la corte de música y jolgorio, acostumbrándose a la buena vida y a los continuos festejos populares y cortesanos... Y un tanto bobalicón para muchos. Sólo aquellos que ven más allá sabían que en una de sus escapadas nocturnas a Arviria espió a una joven aldeana mientras se bañaba en el río a la luz de la luna, abordándola después y engatusándola con su labia de don Juan. A esa noche de pasión le siguieron otras tantas y entre ellos surgió un romance prohibido que duró años. El único que supo de ese romance fue Monreau, el gran amigo de Ethey. A la muerte de su padre, el rey Arquian, Ethey fue obligado a desposarse. Entonces cuando iba a presentar a la aldeana como su prometida y futura reina de Arviria, surgió entre los allí presentes una bruja que, con malas artes y magia negra, consiguió confundirle haciendo que Ethey la anunciara a ella como su prometida, rompiendo el corazón de la aldeana que lo amaba con toda su alma y que avergonzada huyó de palacio sabiendo que lo único que tendría de Ethey sería el bebé que empezaba a abultarle el vientre. Monreau no supo cómo actuar, temiendo que un paso en falso le supusiera la vida a alguno de ellos pues el poder de la bruja parecía insuperable. Así que decidió mantenerse alejado de ella aunque eso supusiera abandonar también a su amigo Ethey, con el fin de no caer en las trampas de la hechicera y poder serle de alguna utilidad, por poca que fuera, a Ethey.
Mientras en los aposentos de Ethey la hechicera, que ambicionaba el poder que le ofrecía el trono de Arviria por encima de todo, preparaba sucios brevajes y pócimas de amor para forzar a Ethey a amarla, para así acabar engendrando al heredero que acallara a los más escépticos de la corte y de paso la perpetuara a ella en el poder hasta que le llegara su fin. Ethey, que tenía el entendimiento embotado con tantos brevajes y hechizos que le desorientaban, fue consciente con el tiempo de que no podía escapar de aquella bruja y de sus malas artes y en su fuero interno lloraba por su amor verdadero, de la que tenía vagos recuerdos que se colaban en sus sueños, rezando porque pudiera rehacer su vida si es que había sido real. Ethey nunca fue el mismo. Se dejaba manejar como una marioneta por la bruja y ella se hizo con la corte manejándola a su gusto, incrementando el ritmo de festejos para tener contentos a los cortesanos y para su propio divertimento y el del hijo que acabó engendrando del rey, Hazel.
El fiel Monreau, que desconocía lo que le estaba ocurriendo a Ethey en manos de aquella harpía, escapó de la corte y fue en busca de Christine, la aldeana amada por Ethey y se ofreció a cuidar de la pequeña hija de ambos, la preciosa Viana, hasta que ésta pudiera reclamar su sitio en el trono como la primogénita de Ethey y así poner fin al sinsentido de la hechicera.
Hazel creció entre fastuosas celebraciones, consentido como nadie, egoísta, mezquino, rechazado por su padre que jamás le dedicó una palabra y siempre a la sombra de su madre. A la bruja ya no le importaba Ethey, no lo necesitaba. Estaba suficientemente desmadejado como para suponerle un estorbo.
Entonces llegó el fatídico día en el que el caprichoso Hazel le pidió a su madre la corona del rey. Ethey, que siempre había sabido que era cuestión de tiempo que llegara el día en el que su hijo reclamara el trono, supo que había llegado el momento. Lo dio todo por perdido y supo que su única liberación era la muerte, así que, tras decirle a la bruja que nunca la había amado y que nunca la amaría, le suplicó que acabara con su vida. Aquello provocó la ira de la bruja y era tanta la maldad de su corazón de piedra que decidió castigar eternamente a Ethey transformándole a él y a todos los que lo apoyaban manifiestamente en la corte, en estatuas. La bruja se hizo llamar Onyx e instauró un reinado de terror en la corte pues a todo aquel que osaba contradecirla a ella o a su hijo lo transformaba en estatua. Pronto el silencio se hizo dueño del palacio pues nadie se atrevía a decir nada, y el mármol níveo de las paredes se ennegreció, lo que fue detectado por los aldeanos de Arviria aunque sin llegar a sospechar siquiera que Onyx había llevado la desolación a aquella tierra.
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Todos sabían que el rey Ethey había muerto. Era más que evidente porque un denso silencio lo inundaba todo y era de todos sabido que al pobre rey Ethey lo que menos le gustaba en este mundo era el silencio. Nadie en la modesta aldea de Arviria sabía nada del nuevo soberano que sucedía a Ethey gobernando desde el imponente palacio de mármol ennegrecido, antaño níveo y resplandeciente, que se erguía orgulloso tras el bosque encantado, pero lo que sí podían sospechar es que nada sería igual desde aquel momento.
Eran muchos los que esperaban oír el anuncio oficial de su muerte y de la consiguiente celebración de los fastuosas ceremonias fúnebres, como era tradición por aquellas tierras tras el fallecimiento de un rey, pero aquel anuncio no llegaba. Ni siquiera el lacayo de Ethey, el fiel Monreau, había ido a comunicarlo en persona a la plaza de la aldea como habría cabido esperar. No era propio de Ethey abandonar los asuntos del reino, ni dejar a su pueblo a merced de la más absoluta ignorancia con respecto a lo que ocurría en la corte pero habían pasado unos años en los que Ethey había parecido ser engullido por las paredes de su palacio. Así ocurrió que las tabernas de los alrededores se convirtieron en verdaderos hervideros de chismorreos y leyendas. Casi valía más en aquellos días un buen rumor sobre el monarca que una joya venida de la mismísima Alejandría.
El rey Ethey, que siempre se había ganado a pulso que los aldeanos hablaran de él y de lo magnífico de su corte, seguía estando en boca de todos y nunca se habría llegado a figurar de qué manera. Unos preguntaban incrédulos si había fallecido realmente, otros respondían con el morbo brillándoles en los ojos que el viejo rey se había dado al vampirismo pero seguía gobernando desde las sombras, vagando por las inmediaciones al acecho de presas a las que hincar el diente.., otros negaban que estuviera muerto porque pensaban que era inmortal. Nadie sabía qué había pasado con Ethey. Sin embargo, entre tanta fantasía se podía escuchar de vez en cuando alguna historia no demasiado descabellada pero nadie sabía con certeza qué había sido de él y eso les llenaba de incertidumbre.
Todos conocían a Ethey, o al menos creían haberlo conocido... Era un rey pacífico, piadoso, que en su juventud se había ganado fama de conquistador de damas, y que se regocijaba llenando la corte de música y jolgorio, acostumbrándose a la buena vida y a los continuos festejos populares y cortesanos... Y un tanto bobalicón para muchos. Sólo aquellos que ven más allá sabían que en una de sus escapadas nocturnas a Arviria espió a una joven aldeana mientras se bañaba en el río a la luz de la luna, abordándola después y engatusándola con su labia de don Juan. A esa noche de pasión le siguieron otras tantas y entre ellos surgió un romance prohibido que duró años. El único que supo de ese romance fue Monreau, el gran amigo de Ethey. A la muerte de su padre, el rey Arquian, Ethey fue obligado a desposarse. Entonces cuando iba a presentar a la aldeana como su prometida y futura reina de Arviria, surgió entre los allí presentes una bruja que, con malas artes y magia negra, consiguió confundirle haciendo que Ethey la anunciara a ella como su prometida, rompiendo el corazón de la aldeana que lo amaba con toda su alma y que avergonzada huyó de palacio sabiendo que lo único que tendría de Ethey sería el bebé que empezaba a abultarle el vientre. Monreau no supo cómo actuar, temiendo que un paso en falso le supusiera la vida a alguno de ellos pues el poder de la bruja parecía insuperable. Así que decidió mantenerse alejado de ella aunque eso supusiera abandonar también a su amigo Ethey, con el fin de no caer en las trampas de la hechicera y poder serle de alguna utilidad, por poca que fuera, a Ethey.
Mientras en los aposentos de Ethey la hechicera, que ambicionaba el poder que le ofrecía el trono de Arviria por encima de todo, preparaba sucios brevajes y pócimas de amor para forzar a Ethey a amarla, para así acabar engendrando al heredero que acallara a los más escépticos de la corte y de paso la perpetuara a ella en el poder hasta que le llegara su fin. Ethey, que tenía el entendimiento embotado con tantos brevajes y hechizos que le desorientaban, fue consciente con el tiempo de que no podía escapar de aquella bruja y de sus malas artes y en su fuero interno lloraba por su amor verdadero, de la que tenía vagos recuerdos que se colaban en sus sueños, rezando porque pudiera rehacer su vida si es que había sido real. Ethey nunca fue el mismo. Se dejaba manejar como una marioneta por la bruja y ella se hizo con la corte manejándola a su gusto, incrementando el ritmo de festejos para tener contentos a los cortesanos y para su propio divertimento y el del hijo que acabó engendrando del rey, Hazel.
El fiel Monreau, que desconocía lo que le estaba ocurriendo a Ethey en manos de aquella harpía, escapó de la corte y fue en busca de Christine, la aldeana amada por Ethey y se ofreció a cuidar de la pequeña hija de ambos, la preciosa Viana, hasta que ésta pudiera reclamar su sitio en el trono como la primogénita de Ethey y así poner fin al sinsentido de la hechicera.
Hazel creció entre fastuosas celebraciones, consentido como nadie, egoísta, mezquino, rechazado por su padre que jamás le dedicó una palabra y siempre a la sombra de su madre. A la bruja ya no le importaba Ethey, no lo necesitaba. Estaba suficientemente desmadejado como para suponerle un estorbo.
Entonces llegó el fatídico día en el que el caprichoso Hazel le pidió a su madre la corona del rey. Ethey, que siempre había sabido que era cuestión de tiempo que llegara el día en el que su hijo reclamara el trono, supo que había llegado el momento. Lo dio todo por perdido y supo que su única liberación era la muerte, así que, tras decirle a la bruja que nunca la había amado y que nunca la amaría, le suplicó que acabara con su vida. Aquello provocó la ira de la bruja y era tanta la maldad de su corazón de piedra que decidió castigar eternamente a Ethey transformándole a él y a todos los que lo apoyaban manifiestamente en la corte, en estatuas. La bruja se hizo llamar Onyx e instauró un reinado de terror en la corte pues a todo aquel que osaba contradecirla a ella o a su hijo lo transformaba en estatua. Pronto el silencio se hizo dueño del palacio pues nadie se atrevía a decir nada, y el mármol níveo de las paredes se ennegreció, lo que fue detectado por los aldeanos de Arviria aunque sin llegar a sospechar siquiera que Onyx había llevado la desolación a aquella tierra.
Mis miedos, mis parásitos.
Estoy colapsada, atenazada, paralizada de nuevo por un temor irracional que no me deja pensar con claridad. Nadie me dijo que fuera fácil ser uno mismo.., pero tampoco nadie me advirtió de lo peligroso que podía ser llegar a descubrirse tal y como uno es. Cada día que pasa descubro en mí una nueva debilidad, una nueva razón para despreciarme, para querer volver a ser ese ser puro y despreocupado de la niñez capaz de perderse en mil fantasías... Pero ya es demasiado tarde para eso. Demasiado imprudente y necio querer atraparse en algo que no va a volver por mucho que se desee, por mucho que uno trate de empaparse de recuerdos pueriles, ésos que hacían la vida inmensamente feliz y fácil. Y eso que se ha ido, eso que ya no volverá, ha dejado vía libre a mis miedos para que lo infesten todo y me parasiten pudriéndome por dentro y por fuera. Son mis miedos los que me debilitan, haciéndome parecer un espectro, una sombra de lo que fui o de lo que querría y debería ser, borrando de mis mejillas el sonrojo y de mis ojos la chispa de la vitalidad. Y no puedo evitar compararme con otros de mi edad, y ver lo felices que son, lo estupendamente sanos y felices que están, lo que resaltan sus colorados pómulos y sus pupilas apasionadas, me hace desear ser como ellos o tan sólo parecerme.., y al descubrirme imitando.., me desespero por ni siquiera atisbar un resquicio de mejora en mí. Es un sentimiento de vacío, de desidia, de desesperación, de angustia vital, de búsqueda sin captura, una desilusión constante, una incapacidad crónica como tantas otras. ¿Tan imposible es que me abandonen estos artefactos funestos de mi mente, que me dejen en paz de una vez por todas? Yo les dejo la puerta abierta para que se escurran al olvido, para que se los trague sin remedio el agujero negro de la madurez... ¡¿Qué más quieren?! ¿Qué más necesitan? Quiero expulsarlos de mi cuerpo como al demonio más arraigado y difícil de exorcizar, como al cáncer más enclavado en el tejido y dedicarme así por fin a la reparación de mi alma y esperar de la noche un sueño reparador y no uno que agarrote mis músculos a base de pesadillas monstruosas.
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