lunes, 25 de agosto de 2014
Oh mi ángel.
Oh mi querido y frágil ángel ¿ves en lo que te has convertido? No, por supuesto que no. Hay una venda en tus ojos claros que te impide ver tu nuevo aspecto. ¿Recuerdas cómo era la sensación de volar sin límites? Si vieras la sustancia viscosa, verduzca y maloliente que te recubre pringando tus brillantes y enormes alas sabrías por qué no puedes desplegarlas y echar a volar. Pero me temo que ni lo intuyes, ni te lo cuestionas y encima me llamas loca por intentar deshacer el nudo de esa venda. Parece que te hayas resignado a convivir con la ponzoña, la misma que te pega al suelo mugriento y embarrado como arenas movedizas en las que te puedes hundir sin remedio, obligándote a vivir como hace años juraste convencido y obstinado que no vivirías por nada del mundo, cuando confiabas en que tus alas inmaculadas nunca dejarían de llevarte más allá de donde alcanzaba tu mirada. Pero eres joven mi ángel, y aún confío en que cuando te canses de tus propios subterfugios y te pese demasiado el pringue, te sacudirás como un perro juguetón para despojar tus alas de lo que las impide volar tan alto como permiten tus bellos ojos.
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