sábado, 23 de agosto de 2014
La druida.
No escapaba de nada ni de nadie pero tampoco iba a ningún lugar. Nadie la esperaba y pocos sabían de ella. Desde luego nadie la conocía de verdad. Muchos pensaban que su frágil salud de niña y adolescente aún perduraba en ella y que escaparse de casa antes de conocer a su prometido era su sentencia. Se rumoreaba que había muerto de inanición. Otros decían que la había aplastado una roca. Otros que la habían despiezado los trolls, otros que la habían asesinado los druidas que habitaban el bosque de hayas. Pero lo que nadie sabía era que sus habilidades la hacían mantenerse viva y no sólo eso, sino que había encontrado su refugio en la mismísima montaña. Como una sombra recorría sendas, escalaba riscos peligrosos, cruzaba ríos... La naturaleza le proveía de todo lo que necesitaba y ella se lo agradeció dedicándose a estudiarla y amarla. Así vivió la druida de la montaña. Aquella que aún te susurra cuando te pierdes en sus dominios para que sepas encontrar la salida.
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