lunes, 20 de mayo de 2013

Echar a volar.

Ana sabía que ya no pertenecía a aquel lugar. Se sentía extraña en el que había sido su hogar durante toda su infancia y juventud. Era consciente de que había llegado el momento de romper el cascarón, respirar una nueva bocanada de aire fresco, desentumecer las alas y echar a volar lejos porque no podía seguir viviendo de las migajas del pasado. Había sido muy feliz, feliz hasta hastiarse. Lo había dado de sí tanto como el tiempo y las circunstancias le habían permitido, pero había llegado el momento decisivo, lo sentía. Algo en ella había muerto, algo en ella no era igual, el cambio gritaba con fuerza pidiendo paso. Le dolía reconocer que su camino continuaba en otro lugar pero envejecía tratando de acariciar la cola de ese pasado fugaz que había ido demasiado deprisa sin permitirle saborearlo. Ya no sería jamás. Se había convertido en lo que cada instante: nada más que recuerdos. Pero se lo debía. Sabía que la única forma de salir de la espiral era romper la cadena que la mantenía apresada a sus fantasmas, a su necedad infantil. Debía dar el paso o se marchitaría. Y estaba decidida. Al alba del nuevo amanecer volaría.

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