jueves, 4 de abril de 2013

A un ancla atado en mis entrañas.

Llevo tiempo sin comprenderme, sin entender por qué actúo como lo hago, sin tener claro dónde me llevan los pies, levantándome de la cama sin un objetivo, sin energía, incapaz de sacar de mí esa luz, esa voluntad que me hacía creerme capaz de cualquier cosa. Añoro esos días en los que levantarme con la ilusión del aventurero que teoriza sobre lo que le deparará el nuevo día era mi primera sensación. Me sentía viva, joven, llena de optimismo, de genial espontaneidad, de inocencia radical. Era poner un pie descalzo en el suelo y sentir las brasas en las plantas que me ponían en marcha como un resorte infalible. Era pura energía, buenos despertares, ojos abiertos como platos para absorber cuanto la vida tuviera que enseñarme, una sonrisa perenne. ¿Dónde ha quedado todo aquello? Lo noto en el fondo de mi ser a un ancla atado. Busco recuperarlo día tras día, tirando fuerte de esa soga tirante que se pierde en mis entrañas y que aún noto entre mis dedos y que me afano en agarrar aunque en ello me vaya la vida. No quiero que muera lo mejor de mí, aquello que me daba la fuerza de vivir a mi manera, aquello que me hacía sentirme bien conmigo misma, que me daba identidad. Quizá no lo recupere jamás. Quizá vuelva a mí de forma distinta, renovado. O tal vez aprenda con el tiempo a no tener miedo y llegue el día en que deje escapar de entre mis dedos el hilo que me une a aquello que ya no soy ni seré jamás, por más que me pese.

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