En su interior se libraba una lucha encarnizada entre titanes. La inocencia y lo prohibido se retaban en una danza macabra cada vez que lo veía. Niña y mujer se enzarzaban en un duelo a muerte cada día. Era tal el deseo de su joven corazón enamorado que deseaba con todas sus fuerzas despojarse de sus líneas rectas de niñita para adoptar aquellas formas suculentas que le hipnotizaban y hacían perder la razón. Ella veía cómo miraba a las otras mujeres del hotel, haciéndosele la boca agua y torciéndosele el gesto en una máscara de desenfreno y lujuria. Ella lo había espiado, le había visto yacer con otras jóvenes. Ninguna parecía saciarle. Un día se le apareció en sueños para no irse de su mente jamás. Se había convertido en una obsesión. Se encontraban cada noche en un rincón de su mente. Él la desnudaba como tantas veces le había visto desnudar en aquella habitación reservada para después hacerla suya.
Al despertar, se notaba empapada, envuelta en una fina película de sudor frío y sintiéndose culpable por su insensatez corrió a la capilla a expiar sus pecados como le habían enseñado desde niña.
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