Con el transcurrir del tiempo confirmo mis peores presagios de antaño. Al fin me empiezo a conocer y eso significa que he descubierto lo mejor de mí pero también mi mayor defecto: esa inevitable tendencia a la pesadumbre vital. No sé si existe el término pero estoy convencida de que a más de una persona le ocurre este fenómeno consistente en dejarse envolver por una nebulosa de nostalgia por un pasado que ya nunca será y por una neblina opaca de futuro incierto. Es como si con cada despertar todos tus fantasmas se avalanzaran sobre ti envolviéndote con un nuevo pesado manto que debes arrastrar durante todo el día hasta que se funda con tu verdadera piel. Y así poco a poco te encebollan, encerrándote tras capas y capas de melancolía convirtiéndote en una cebolla triste y amargada. No sólo te haces llorar a ti sino también a los demás. Irradias sentimiento de derrota, negativismo a raudales y contagias con ello a todos los que cada día se esfuerzan por retirarte esas capas dejándose la piel, una a una, que encierran el que fue un día un corazón inocente y vital.
Me juré no convertirme en aquello que soy hoy pero no puedo luchar contra mi esencia. He de admitir que soy un poco cebolla. Pero también soy un poco más yo.
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