Amada mía:
Con el ocaso se cumplen ya veinte días desde nuestra partida y las jornadas se vuelven interminables y monótonas en este navío perdido en medio de la inmensidad azul del océano. Busco tu mirada tímida pero encendida en el reflejo cristalino de la superficie salada, el suave tacto de tus manos aterciopeladas en los pliegues de la vela mayor y tu deliciosa silueta en la fina línea del horizonte. Pero nada me reconforta a tantas leguas de ti, de tu bello rostro, de tus delicados trazos, del dulce aroma de tus cabellos enroscados, de tu perlada sonrisa. Amada mía, la soledad del marinero se ha apoderado de mí, atormentándome cada noche en mi lecho vacío, enloqueciéndome añorando la blancura de tu cuerpo. Amada mía, te quiero.
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