sábado, 19 de noviembre de 2016

Dama por dama.

Eran dos damas o eso se comentaba. Sucedía siempre, como cuando chocan dos portentosas y ancestrales fuerzas opuestas enfrentadas en batalla. Entre gritos de guerra e improperios se tiraban de sus hermosos cabellos reales, se arrancaban las relucientes coronas, se arañaban las nobles caras, se sacaban a bocados botones y lazos... Eran demasiado orgullosas y ninguna quería admitir la derrota en el campo de batalla, pero el juego era el juego y estaban dispuestas a todo por su Rey.

Esto era lo que la pequeña Ana imaginaba cuando su padre cambiaba dama por dama concentrado ante el tablero de ajedrez que le absorbía los sesos.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Hoy he soñado...

Aquellos seres lanzaban un extraño grito desesperado como si se tratara del lamento por la muerte de su comandante, caído en aquella batalla de seres infernales. Entonces se elevaron en el aire creando una columna oscura de cuerpos rabiosos. Aquel vórtice, que cada vez cogía más y más altura, parecía absorber toda la energía y era cuestión de tiempo que se desatara la tempestad. Los chillidos de las criaturas y el batir enfurecido de sus alas enmudeció por un tiempo, era el ojo del huracán. Aquella marabunta tomó poco a poco la forma incompleta de un único y titánico ser con poderosos brazos que se extendían torpemente en el aire cerrando los puños en señal de ira. La energía que acumulaban esos seres empezaba a materializarse en algo muy luminoso, una especie de rayo contenido. Entonces el enorme gigante agarró ese rayo de luz con su mano y lo lanzó directamente hacia la tierra con una fuerza indescriptible. Aquello tenía una explicación. No iba dirigido a la tierra sin más. No. Aquel rayo impactaría directamente contra el cuerpo inerte del comandante con el fin de resucitarlo.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Una noche sin luna.

El pequeño Celián, en cuyas pupilas chisporroteaban las llamas que bailaban en el centro de aquella fiesta celta, se frotó los ojos para ahuyentar el cansancio. Su madre y las otras mujeres bailaban ante las lascivas miradas de los hombres del clan.., pero Celián no era consciente de aquello, por supuesto. Había tratado de llorar para conseguir captar la atención de su madre, pero había demasiado ruido. Como siempre. El clan de Celián era conocido por sus frecuentes celebraciones nocturnas, ruidosas y excesivas y no eran pocas las veces en que se sumaban otros clanes para entablar lazos de sangre o por intereses puramente comerciales. Y él era un niño tranquilo, muy observador. Decían que tenía alma de druida, pero él no sabía qué era eso. Tenía sueño así que decidió abandonarse a aquella sensación de párpados pesados y bostezos regulares, sobre esas pieles de vaca lanuda tan cómodas en las que su madre le había sentado. Entonces una suave brisa le acarició el rostro y sintió que el sueño desaparecía poco a poco. Miró al cielo nocturno y algo le extrañó. No había Luna. Había desaparecido. Debería estar en lo alto, alumbrándoles como todas las noches, como le contaba su madre. La Luna les protegía. Les susurraba sueños y velaba por ellos hasta la salida del Sol. Su ausencia le inquietó. Así que escudriñó en los alrededores. Quizá la Luna, como era tan pesada, se había caído de su sitio. Quizá las nubes no habían podido sostenerla en aquel techo estrellado. Entonces a lo lejos, a la entrada del Gran Bosque Sagrado de Névet, un destello captó su atención cortándole el hilo de sus pensamientos infantiles. De ese mismo lugar salió una figura envuelta en una capa oscura como la misma noche. Celián se asustó pero la figura alzó un poco la cabeza y así el niño comprendió y descubrió, bajo la amplia capucha, la cara oculta de la Luna, que sin duda era curiosa, sintiendo cómo volvían a cerrársele los ojos irremediablemente.

jueves, 28 de julio de 2016

La jaula.

Llevaba tanto tiempo encerrada en aquella jaula que no sabía qué aspecto tenía ya. Lo único que alcanzaba a ver era su cabello largo y ondulado, descuidado y salvaje, que comenzaba a arrastrar por el suelo aún estando de pie. Sus pechos cada vez más escuálidos, su vientre hundido y rugiente, sus piernas flacas pero musculadas, sus pies negros por la suciedad de la jaula. Sus brazos enjutos y con heridas. Sus manos, con aquellas cicatrices en las palmas provocadas por las quemaduras de los barrotes... Recuerda el día que se abrasó. Fue el mismo día que despertó dentro de aquel infierno de metal. No sabía cómo había llegado hasta allí pero estaba claro, y esto lo había meditado cada día desde su encierro, que alguien la había drogado y la había colocado allí. Alguien que aún no se había dado a conocer pero que cada noche colocaba un tazón de sopa y un mendrugo de pan cerca de los barrotes obligándola a quemarse para recoger su comida. El día que despertó allí dentro se lanzó desesperada a los barrotes, y éstos le devolvieron la furia en forma de calambres abrasadores. El hierro de los barrotes ardía. Sin embargo, el suelo de la jaula no. Alguien que no hubiera sufrido lo indecible habría pensado en cómo era posible que el suelo no la abrasara también pues el metal es un buen conductor del calor, pero ella había sufrido demasiado y no era capaz de pensar fríamente. Estaba demasiado asustada, demasiado ofuscada. Se había quemado una vez y no iba a volver a experimentarlo a no ser que fuera estrictamente necesario. Sólo podía pensar en que no saldría jamás de allí y eso la azoraba, la paralizaba. Notaba sus cuerdas vocales atrofiadas. Al principio había gritado cada día pidiendo auxilio, desgañitándose, exhortando a quién le daba de comer que la sacara de allí. Pero no obtenía respuesta. Así que dejó de gritar. Ya no hablaba. Se limitaba a dormitar acurrucada y a estirar el brazo para obtener la comida. De aquella forma era mucho más fácil sobrellevar el tedio y el abandono.
Un día, cuando estaba a punto de darse por vencida y se había hecho a la idea de no coger más la sopa y el pan, apareció entre las sombras.
-Al principio por tu historial pensé que te darías por vencida mucho antes. Pero has resultado realmente obstinada. Mírate. No pareces la misma. No eres la misma. Podemos afirmar pues que mi experimento ha sido todo un éxito. Sólo porque te quemaste la primera vez que tocaste los barrotes, sentiste que te quemabas cada vez que rozaban tu piel. Convertiste en una creencia firme algo que te hirió una vez. Y cada vez que recogías la comida sentías que te quemaban cuando jamás volvieron a arder. Toca los barrotes ahora, como estoy haciendo yo.
Le costó seguir las indicaciones de aquella voz pero comenzó a mover el brazo hacia el barrote más cercano. No quemaba. Estaba frío como cabe esperar de un metal alejado de cualquier fuente de calor, escondido en un lugar oscuro y húmedo. Aquello la desorientó.
-Todo este tiempo te has limitado a vivir aquí encerrada, sin apenas moverte, porque creías que quemaban esos barrotes. ¿Qué harías ahora que sabes que no queman? Ya veo. No tienes fuerzas para moverte. Pero sí para pensar. ¿Me estás oyendo? Claro que me oyes, aunque mis palabras quizá tengan que desentumecer tu cerebro aislado durante tanto tiempo. Debes volver en ti. Debes deshacerte de tu propia parálisis. No estás muerta. Ni morirás. No dejaré que lo hagas. Sólo quiero que encuentres la fuerza que nunca te ha abandonado y que luches. Quiero que salgas de aquí.
-Maldito cerdo-, es lo que salió de la boca de la chiquilla tras un esfuerzo monumental por hacer brotar aquellos sonidos de su laringe. Al salir parecieron rasgarle las entrañas adormecidas y fofas.
-No está mal. Ha sido un buen progreso. Come. Mañana buscarás la forma de salir de aquí.

viernes, 22 de julio de 2016

Cambio de estrategia, querido paladín.

Creo que una vez trataste de salvarme de mis demonios, pero aunque eras obstinado, te superaban con creces en fiereza. Entonces abandonaste la primera línea de batalla y desapareciste. Quizá sólo estabas ganando músculo en la soledad de un gimnasio. O quizá estabas recuperándote del susto de haberme conocido con ellos dentro. O simplemente te guarecías en alguna cueva para sanar tu malherido orgullo de caballero por considerarla tu primera batalla perdida. Quizá saliste en busca de batallas facilonas para recobrar tu autoestima de guerrero invencible. Desde entonces yo me he dedicado a alimentar a mis demonios y te puedo asegurar que han crecido unos cuantos metros. Pensé que con esa altura podrían llamar de nuevo tu atención, como una señal de socorro. Pero lo único que he logrado ha sido hacerme yo más diminuta. ¿Volverás, añorado paladín, para enfrentarte a ellos o te vas a quedar para siempre mirando cómo les doy de comer cebándolos como cerdos? Pronto se me acabarán las migajas y tendré que cambiarles el pienso. Los veo relamerse de gusto de sólo pensar en lo que les voy a lanzar directo a sus fauces. Es su plato favorito. Los restos de mi alma dormida. Entonces y sólo entonces, y éste es mi cambio de estrategia, querido paladín, cuando ya no me quede nada y ellos estén saciados y a punto de reventar, lucharé y los reduciré a restos inmundos. Y de sus vómitos recompondré a mi nuevo yo. Sin duda pestilente pero al fin entera.