domingo, 2 de septiembre de 2018

Una diosa en Madrid.

Empezaron a sonar esos acordes infernales que le ardían por dentro, así que subió el volumen de los auriculares y se dejó llevar por la locura musical que comenzaba a poseerla embotándole los sentidos como solía hacer la ambrosía. Corrió como si no fuera corpórea, como si no llevara siglos sin hacerlo, provocando las miradas atónitas y lascivas de los hombres y mujeres que abarrotaban la Gran Vía y los chismorreos de las ancianas escandalizadas que sorbían los restos de su pegajoso smoothie en las terrazas. La acera se empezaba a quedar pequeña para sus propósitos, así que cogió impulso y saltó tanto como pudo para seguirse elevando con las corrientes de aire que se colaban entre los edificios. Un niño gritó "¡Spiderman es una mujer!" pero no lo oyó. Abrió los brazos, respiró a pleno pulmón, se hizo el solo de guitarra de "If you want blood" y aterrizó en la azotea más cercana. Oteó el horizonte y saltó de un tejado a otro entre risas que quebraron el cielo. Era una de las ventajas de ser una diosa. Madrid se veía realmente preciosa desde allí. Y ella estaba radiante con el sol del atardecer bañando su cuerpo de divinidad enfundado en esa camiseta de tirantes y aquellos pantalones que permitían movimientos de pantera esculpiendo en cuero su figura. Si por algo envidiaba a los humanos era por esa sensación de libertad continua y por ser capaces de componer música infernal. Estaba claro. El Olimpo iba a tener que esperar.

Escribir de todo y de nada.

A veces creo que escribo de todo y a veces que escribo de nada.
Que hablo de mis emociones más profundas, universales y absolutas, de revelaciones del alma, que en el prisma del tiempo acaban pareciéndome un montón de estupideces, soliloquio insoportable lleno de ridiculeces vanas. Que de la hoguera muy poco se salva. Que doy vueltas sobre lo mismo, perdida en el carrusel de mis pensamientos, examinándome al detalle con alevosía hipocondriaca, sufriendo lo indecible por ello casi por hobby, royendo un hueso que nunca acaba, que no me deja satisfecha y que su sabor amarga. Pensamientos que se enredan, que son ovillos de lana. Que llenan diarios de una adolescencia incompleta e inacabada. Que pierden el sentido y provocan la carcajada. Que no se sabe dónde empiezan ni tampoco dónde acaban. Tormentos que se destiñen y se vuelven una mancha difusa en el expediente, un pobre chiste sin gracia. Que hacen ruido de cacerolas en mi cabeza y no son nueces ni son nada.
Que escribo desde mi torre de princesa encerrada, que no ha experimentado lo suficiente pero cree saberlo todo tan sólo porque lo abarca su mirada, porque tiene la capacidad de imaginarlo cuando le dé la gana y así vuela "in aeternum" como una hoja desprendida que no acaba de tocar fondo, que no vuela pero "es volada". Sin rumbo en un desierto de fantasía estéril, de oasis sin calma. Que acabará muerta con un libro en las manos, preguntándose aún si vivió su vida, o se perdió en el típico cuento de hadas, si no fue un espejismo o simplemente nada.
Y así me devano los sesos, vivo sin vivir, escribo sin decir. Aunque quizá en cada cosa que escribo esté la clave para dar el siguiente paso, a modo de instrucciones para la existencia. Escribir de todo y de nada no es estético, ni productivo a simple vista, pero aclara la visión, despeja el camino, sana. Porque contiene algo mío, quizá un reflejo de mis miedos y de mis esperanzas. Quizá sea mi forma de abrir caminos entre tanta lana desmadejada.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Tras los barrotes.



No puedo remediarlo.

Mi mente se escapa y vuela a tu lado. Una y otra vez.

Le he puesto barrotes a las ventanas, no sé si para evitar que ella salga o que tú entres.

Y juraría que ella actúa por hambre y desesperación.

Pobre loca. Aún cree en ti.

Cada día viola mis leyes sin importarle un carajo el castigo.

La vuelta a la inanición, a la nada.

Cada día juega con tu recuerdo sabiendo que me ofende en lo más profundo.

Pero yo tampoco me salvo. Os miro. Y estoy ahí contigo. Bailando tras los barrotes.

Y de repente ésa es la única fantasía que haría realidad.

Y aunque no quiero, cada día durante varias horas estiro los últimos instantes en que fuimos sólo nosotros.

Porque ahora tengo el presentimiento de que somos muchos.

Y no cabemos.

El espacio reducido en el que nos quemábamos la piel es ahora un espacio insignificante cualquiera.

Nunca pensé que fuera a importarme.

Pero me indigna.

Me indigna que no veneres esos momentos como lo hago yo.

Con la solemnidad que merece lo sagrado.

Nunca te había sentido tan lejos.

Nunca te había despreciado tan íntimamente, tan visceralmente. Quizá como te quiero.

Nunca me había pesado tanto el tic tac del reloj.

Nunca me habían dolido tanto unos acordes.

¿Piensas en mí?

De verdad querría saberlo.

Y sería mucho más fácil si te pronunciaras al respecto.

Pero he de lidiar con tu silencio, una vez más.

Con tu ausencia, una vez más.

Con el teléfono inerte en mis manos.

¿Piensas en mí? Te lo repito por si a fuerza de decirlo te acaba llegando el eco, como un mensaje en una botella.

Pero no te das cuenta de que tu mar está plagado de botellas y no has abierto ninguna.

Me niego a pensar que sea cobardía.

Me niego a pensar que sea indiferencia.

Me niego a pensar que creas que es lo mejor.

Me niego a pensar que no sientas nada, que fuera todo un juego, como el baile tras los barrotes.

Me niego a pensar que no merezca más instantes eternos contigo, que los tenga que mendigar.

Me niego a pensar que estés usándolo a tu favor.

Pero parece que has puesto precio a tu tiempo, a tu cariño y que cualquiera puede pujar por ellos.

No sé cuánto tiempo más bailaremos.

No sé cuánto tiempo más aguantaremos.

No sé cuánto tiempo tardaremos en desvanecernos.

No sé cuánto tiempo.

No sé.