miércoles, 24 de enero de 2018

Pan y migajas.

No hay nada más patético que sentirse destronada de un trono que jamás te perteneció.
No hay nada más patético -se decía cada vez que se sorprendía furiosa y encelada- que desear lo que se creyó posible, aunque sólo fuera por un instante.
No hay nada más patético que desear el pan cuando sólo te caen migajas.
¿Qué cabía hacer ante aquella situación? ¿Razón y entendimiento? ¿Fuego y furia? ¿Punto y coma? ¿Corto y cierro? ¿Sal y alcohol para las heridas..?
En cualquier caso, las heridas eran de su propia cosecha. Ella solita se había marcado las entrañas con fuego. Y ahora, que se las lamía como una gatita, se lamentaba de habérselas hecho.
Alguien le había advertido de aquello, pero ella se creyó inmune. Qué error. Nadie está a salvo de las trampas del destino.
¿Debía agradecer esas migajas y aceptarlas sin rechistar para racionárselas a escondidas y vivir siempre así? ¿O rechazarlas con altanería para ir a buscar una nueva fuente de alimento?
¿No había más opciones? ¿Por qué no encontrar la forma de pegar esas migajas y hacerse un pan como unas tortas?
Nada sonaba del todo bien. Nada la reconfortaba. Sólo la autodestrucción y la culpa parecían ser el mejor refugio. Pero no quería claudicar. Sabía que las mujeres, grandes costureras, se remendaban el corazón y que aquello las hacía más fuertes. Se imaginaba a su madre, a sus amigas, a sus abuelas, a sus tías.., pasando hambre, cerrándose las heridas... Ella no sería diferente, comprendió en su soledad. Sabía que ésta era su prueba particular, una carrera de obstáculos, parte del ritual iniciático en eso de ser mujer. Por eso respiraba y pensaba, tratando de deshacer el ovillo que habían formado sus pensamientos enredados.
Quizá sólo se trataba de controlar su manera de desear... ¿Pero acaso puede desearse algo a medias? ¿O sólo un poquito?
Por definición el deseo es desmedido. Incontrolable. Y subjetivo. Su única solución es el budismo. Conocer nuestras debilidades y cortar el sentimiento de deseo antes de que se vaya a producir. Despojar al deseo de sus cualidades intrínsecas para transformarlo en lo opuesto. Algo medible, objetivo y controlable. Un enemigo neutralizable.
La voluntad está en el deseante no en lo deseado. Porque el objeto de deseo no tiene ni voz ni voto ni culpa. A no ser que sea un pan que se contonea ante nuestros ojos con aroma embriagador...
A no ser que ese pan te coma la boca. Y los sueños. En cuyo caso es un pan un poquito hijo de p...
A veces ella ha sido pan y ha comido bocas y sueños.
Y a veces, la inmensa mayoría, ha sido migajas.
Y cuando por una vez ha querido el pan con todo su ser... Ay, cuando lo ha tenido al alcance de sus dedos... Se ha tenido que tapar la boca contraria a su voluntad. Ha tenido que cerrar sus sueños.
Y así está ahora, furiosa y encelada por lo patético. Obligándose a cancelar fantasías por propia prescripción médica.
Sin duda, el destino es hijo de panadero. Un niño travieso con un pan en la mano que disfruta sádicamente al sacudirlo delante de tus narices, desprendiendo su aroma y dejándote babeando indefensa y deseante. Y cuando, pobre infeliz, alargas la mano, el niño cabrón lo retira entre carcajadas como en un juego infantil.

sábado, 6 de enero de 2018

¡Bésame, canalla!

Llévame a lo oscuro,
¡y bésame, canalla!
Que nos sorprendan los escalofríos,
que nos apremie el alba.
Atrápame en lo oscuro,
¡y ámame, canalla!
Que me envuelvan tus brazos,
que se me rebele el alma,
en este coche diminuto,
al rayar la madrugada.

jueves, 4 de enero de 2018

Ésa, ésa no era su Noche.

Era un precioso manto estrellado, bello y espectacular hasta cortar la respiración, pero no era su Noche.
Su Noche extendía unas manos juguetonas, salpicadas de constelaciones, que lo acariciaban y lo hacían volar. Eso a él le enganchaba y por eso siempre salía a su encuentro desesperado.
Pero esa vez su Noche no apareció. No le hizo volar.
Estaba acunando a la pequeña criatura que él había engendrado.