jueves, 2 de junio de 2016
Pies de plomo.
Tantas veces le había dicho su padre que caminara con pies de plomo que apenas podía despegarlos ya del suelo. Cada año se volvían más y más pesados y sentía que se hundía el suelo a su paso. Tal era el peso que cargaba que andaba a todas partes encorvada con la barbilla apuntándole al pecho y los ojos a las puntas de sus pies. Eran tantas sus ganas de deshacerse de aquellos terribles pies que, cuando se hizo con el valor necesario para lograr desencadenar su imaginación del hastío más duro al que se hallaba atada, se escapó en busca de todo lo necesario para fabricarse lo único que podía salvarla, lo único que podía hacerla volar tan alto como sabía que le permitiría su agarrotada imaginación: unas alas, unas alas tan poderosas que el plomo de sus pies acabara pareciendo corcho ligero. Así pasó mil días con sus mil noches engarzando una a una las plumas de su liberación.
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