En conversaciones conmigo misma
me recuerdo que no,
que no fue un error
decir cada una de las palabras que te dije
ni declararte mis debilidades,
las mismas que ahora vagan difusas por los ríos de nuestro recuerdo,
las mismas que me visten cada día.
Que fui honesta y alocada, sí,
pero sólo porque me hacías querer gritarte mis verdades
y porque sólo así me alocabas tú.
Todo cayó en saco roto,
incluso algunos pedacitos de mí,
pero ese saco lo guardo a buen recaudo
aunque cada noche me pregunte
si no sería mejor quemarlo y despedirse.
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