martes, 23 de abril de 2013
Ideas cojoneras
Hoy necesito escribir más que nunca. Me abruma la imperiosa necesidad de vaciar los sesos de ideas que no me dejan concentrarme. Es como si fueran moscas cojoneras revoloteando con su molesto zumbido dentro de mi cabeza, irritándome profundamente. A penas pego ojo entre pesadilla y pesadilla. Todas son desconcertantes y parecen sacar lo peor de mí. ¿De verdad muestran lo que mi subconsciente anhela o es en realidad? ¿Tanta maldad escondo? Y de día la cosa no mejora mucho más. Siento ansiedad. La inquietud de no ser capaz de estar tranquila, de sentirme en paz. Algo bulle sin parar en mi interior. Sin duda son esas ideas cojoneras que tanto dan la lata. A todas horas oiga. Como si no tuvieran un horario de trabajo. ¡Lo que daría porque sólo me dieran la murga 7 horas al día! A ver si de una vez por todas me dejan tranquila, que así no puedo estar.
viernes, 12 de abril de 2013
Yula. "Hablemos de animales"
Un día cualquiera del Año 20 después del Gran Cataclismo.
El sonido de las rocas desperezándose, dilatándose y quebrando los restos helados de las filtraciones de las lluvias nocturnas indicó al joven Yula que aquel día el sol se despertaba calentando más que nunca y que era hora de salir de la galería para buscar provisiones antes de que el astro rey alcanzara su cénit.
No le costó ponerse en marcha, llevaba tiempo sin poder conciliar el sueño desde que Xina, su hermana pequeña, cayó enferma. Según Madre, la curandera, Xina había desarrollado en su interior un parásito por beber agua de una gruta. Él no había podido evitarlo y se sentía muy culpable. La veía muy debilitada y eso le mataba. No podía perderla a ella también. Aquel fatal día Xina, que pensaba que su hermano con lo fuerte que era podía intentar cazar alguna pieza un poco más suculenta de lo que traía a la galería con frecuencia, quiso acompañarlo a la superficie empeñada en cazar algo diferente para la cena a lo que Yula se negó porque no era actividad para una niña tan pequeña; así que la encerró en la galería subterránea donde dormían los pocos supervivientes del Cataclismo pensando que no se atrevería a salir sin el consentimiento de los mayores pero, contra todo pronóstico, ella consiguió escapar. Intentó seguirle la pista a Yula, como si de un juego de escondite se tratara, aunque era imposible en aquel terreno rocoso y socarrado, abrasado por una esfera solar enorme tan cercana a la Tierra que quemaba el aire que se respiraba, quemando los pulmones a cada bocanada. El calor era insoportable y buscó desesperada un oasis en aquel paraje desértico que era su hogar en el que poder calmar su sed. Trató de cavar en la arena hasta encontrar una bolsa de agua superficial como le habían enseñado en las clases de supervivencia. Pero lejos de encontrar ese oasis del que tanto hablaban los ancianos de la galería llegó a una gruta, probablemente de allí trajera Yula todos aquellos pequeños moluscos y crustáceos de los que se alimentaban, en la que se paró a descansar refugiándose del sol infernal y descubrió aquel hilillo de agua que procedía de las entrañas de la roca.
Yula la encontró con ayuda del viejo Cientos a quien había encomendado el cuidado de la pequeña aquel día en la galería y al verla después de tantas horas de búsqueda no se perdonó haberla dejado sola. Desde entonces no se separaba de ella. Ni a sol ni a sombra. Sin embargo, con el nuevo día había llegado una nueva oportunidad de salir a buscar algo bueno para Xina, para que recuperara las fuerzas y no se iba a quedar de brazos cruzados en la galería sin hacer nada. Tenía que sacar adelante a lo que quedaba de su familia tras el impacto de aquel meteorito.
Poco sabía de esos días catastróficos pero por lo que había oído al bardo, aquel anciano que parecía haber vivido más que el propio tiempo y que contaba historias de cómo era el mundo antes del impacto, la masa del Sol había aumentado tanto que succionaba materia orbitante y la desviaba de su trayectoria. Según decía el bardo, fue en el año 3714 de la humanidad cuando se desató el desastre.
Una de esas rocas de tamaño gigantesco cayó del cielo a una velocidad inimaginable arrasándolo todo a su paso provocando el imparable y brusco movimiento de las aguas y la tierra y una gran nube de polvo que lo cubrió todo y dejó a la Tierra convertida en un amasijo de rocas, un gran desierto, sumida en la oscuridad más absoluta y sometida a brutales cambios de temperatura. En vista de las previsiones, la Humanidad se vio obligada a construir refugios suficientemente resistentes pero a la hora de la verdad muchos de ellos no soportaron las consecuencias del impacto y la población mundial se vio muy mermada, al borde de la extinción, reducida a pequeños grupos concentrados en reductos protegidos del clima tan extremo de la superficie.
En uno de esos refugios se encontraban Yula y Xina. Ambos nacieron allí, en las galerías, pero el ambiente desquiciado, las continuas luchas entre los supervivientes y la dificultad para obtener alimentos terminaron con sus padres, su única familia, pero fueron adoptados por un anciano al que llamaban el bardo por las miles de historias que contaba del Antiguo Mundo. Él enseñaba a los pocos niños de las galerías enseñanzas prácticas pero también les hablaba de lo que él había conocido. Todos ansiaban sentarse a su alrededor y escucharle. Sus palabras les envolvían y les transportaban a tiempos mejores. Yula pasó toda su infancia empapándose de sus conocimientos. Recuerda con especial interés aquella vez que les habló de las casas primitivas de los Humanos. No podía creer que se elevaran cientos de metros sobre la superficie perdiéndose en las nubes, como los aviones, esos pájaros de metal propulsados por motores inmensos que surcaban los cielos.., Pero sobre todo recordaba cuando le dijo al bardo “Háblanos de los animales Maestro”.
Aquel día el jovencísimo Yula conoció las criaturas más fascinantes que habría podido imaginar de labios del anciano. Los describía como si los tuviese delante, con todo lujo de detalles. En nada se parecían a los insectos que perforaban los suelos de los que se alimentaban para obtener jugosas proteínas o a los larguísimos y turgentes gusanos de los que obtenían fluidos para calmar la sed en ausencia de agua de los acuíferos. Al bardo se le iluminaba la cara cada vez que hablaba de los gigantescos seres que poblaban antaño las tierras y los mares: ballenas, tiburones, elefantes, jirafas... Enseñaba a los niños sus formas dibujando las siluetas y los detalles con una tiza de caliza sobre los muros de la galería, dejando a los más pequeños con la boca abierta. Les hablaba entusiasmado de la belleza de las aves que surcaban los cielos, la agilidad de los felinos, la fuerza de los bisontes, la lentitud de los caracoles, la gracia de los pequeños ratoncillos y las ardillas al comer las bayas de los bosques con sus pequeñas manitas… Los niños reían ante la imagen y por un momento olvidaban sus temores. Incluso soñaban encontrar algún día alguno de aquellos magníficos ejemplares.
El bardo incluso les había hablado de seres legendarios que nadie había visto jamás como el grifo, mitad ave mitad león, o el eterno pájaro de fuego llamado Fénix que resurgía de sus cenizas, se alimentaba de gotas de rocío, y curaba las heridas de los hombres con sus lágrimas, o el monstruo del Lago Ness que nadie había logrado siquiera vislumbrar nadando veloz en las oscuras aguas de aquel gran embalse…
A Yula le apasionaban las historias de los orígenes del ser humano. El bardo les había dicho que procedían de… ¡de los monos! Unos seres peludos, muy sociables, de largos brazos, una elevada inteligencia, unas manos muy hábiles y una sobrada capacidad para colgarse de los árboles y brincar por ellos como si fuera lo más fácil del mundo, que un día bajaron de ellos y se enfrentaron al horizonte. También le llamaban mucho la atención las historias de elefantes y su gran memoria, de los perros y su fidelidad al ser humano... Algunos incluso habían sido fieles más allá de la muerte de sus dueños, custodiando sus tumbas hasta cerrar definitivamente los ojitos. A Yula le costaba asimilar la idea de tener un animal de compañía, si tuviera uno delante sólo se le ocurriría cazarlo para poder alimentar a su hermana y devolverle la vida que poco a poco se la iba quitando aquel parásito que le carcomía las entrañas. Le parecía increíble que los animales pudieran servir para algo más que para comérselos.
También el bardo les había hablado de la hambruna que padecía una gran parte de la población antes del Desastre por el egoísmo del ser humano, y Yula no entendía cómo teniendo tanto cómo tenían no lo repartían para que nadie sufriera. Ahora que no tenían nada deseaba vivir en aquella época de abundancia de recursos, cuando prácticamente les llegaban a casa sabrosos manjares ya cocinados. Pero todo aquello, todas esas comodidades, habían desaparecido. Ahora los acontecimientos naturales les habían obligado a volver a la nada, a refugiarse del tiempo, a cazar, a temer por sus vidas y a luchar por ellas. Muchos lo habían perdido todo, muchos habían perdido hasta la cordura de los inicios ante la falta de posibilidades, otros sabían por qué luchaban como Yula. Su hermana Xina era lo único que le quedaba.
Por eso antes de que los rayos de sol lo arrasaran todo, salió a buscar aquella planta que según Madre purgaría a su hermana. No tenía mucho tiempo pero tenía que hacerlo. Cómo consiguió Yula la planta medicinal y si llegó a tiempo para salvar a su hermana es otra historia, sólo os diré que ambos lograron llegar sanos y salvos a otro refugio en el que había más recursos y en el que terminaron sus días. Allí también había un sabio que les contaba historias de cómo era el Mundo y sus habitantes haciendo sus vidas un poco más felices.
FIN
jueves, 11 de abril de 2013
Lucha de titanes.
En su interior se libraba una lucha encarnizada entre titanes. La inocencia y lo prohibido se retaban en una danza macabra cada vez que lo veía. Niña y mujer se enzarzaban en un duelo a muerte cada día. Era tal el deseo de su joven corazón enamorado que deseaba con todas sus fuerzas despojarse de sus líneas rectas de niñita para adoptar aquellas formas suculentas que le hipnotizaban y hacían perder la razón. Ella veía cómo miraba a las otras mujeres del hotel, haciéndosele la boca agua y torciéndosele el gesto en una máscara de desenfreno y lujuria. Ella lo había espiado, le había visto yacer con otras jóvenes. Ninguna parecía saciarle. Un día se le apareció en sueños para no irse de su mente jamás. Se había convertido en una obsesión. Se encontraban cada noche en un rincón de su mente. Él la desnudaba como tantas veces le había visto desnudar en aquella habitación reservada para después hacerla suya.
Al despertar, se notaba empapada, envuelta en una fina película de sudor frío y sintiéndose culpable por su insensatez corrió a la capilla a expiar sus pecados como le habían enseñado desde niña.
Al despertar, se notaba empapada, envuelta en una fina película de sudor frío y sintiéndose culpable por su insensatez corrió a la capilla a expiar sus pecados como le habían enseñado desde niña.
jueves, 4 de abril de 2013
A un ancla atado en mis entrañas.
Llevo tiempo sin comprenderme, sin entender por qué actúo como lo hago, sin tener claro dónde me llevan los pies, levantándome de la cama sin un objetivo, sin energía, incapaz de sacar de mí esa luz, esa voluntad que me hacía creerme capaz de cualquier cosa. Añoro esos días en los que levantarme con la ilusión del aventurero que teoriza sobre lo que le deparará el nuevo día era mi primera sensación. Me sentía viva, joven, llena de optimismo, de genial espontaneidad, de inocencia radical. Era poner un pie descalzo en el suelo y sentir las brasas en las plantas que me ponían en marcha como un resorte infalible. Era pura energía, buenos despertares, ojos abiertos como platos para absorber cuanto la vida tuviera que enseñarme, una sonrisa perenne. ¿Dónde ha quedado todo aquello? Lo noto en el fondo de mi ser a un ancla atado. Busco recuperarlo día tras día, tirando fuerte de esa soga tirante que se pierde en mis entrañas y que aún noto entre mis dedos y que me afano en agarrar aunque en ello me vaya la vida. No quiero que muera lo mejor de mí, aquello que me daba la fuerza de vivir a mi manera, aquello que me hacía sentirme bien conmigo misma, que me daba identidad. Quizá no lo recupere jamás. Quizá vuelva a mí de forma distinta, renovado. O tal vez aprenda con el tiempo a no tener miedo y llegue el día en que deje escapar de entre mis dedos el hilo que me une a aquello que ya no soy ni seré jamás, por más que me pese.
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