lunes, 25 de abril de 2011
La enfermedad del querer poder.
¿Cómo puede consumir tanto la sed de poder? ¿Cómo puede ser que de la noche a la mañana crezcan tanto mis ojeras? Tengo la cabeza embotada de darle tantas vueltas a la misma idea, ésa que resuena en mi mente y de la que no puedo olvidarme porque es la indicada, la elegida, la que va a darme la gloria, la fama, la inmortalidad. La sola visión de todo el éxito al alcance de mis manos me acuna, me siento en la cima... Solo un esfuerzo más y lo conseguiré. No como, no duermo, solo pienso en la manera de conseguir esa victoria resumida en millones de aplausos. No tengo oídos para escuchar a mi alrededor, no tengo piel que me haga sentir las caricias, me consume una necesidad imperiosa de sentirme eso que veo en mi mente, ese reflejo que siempre quise que me devolviera la mirada. Sé a lo que puedo llegar y no me importa nada más que llegar aunque al final sea un despojo. ¿Qué diferencia puede haber con el ahora? Seré un despojo inmortal en mi obra. Seré recuerdo, sin embargo ¿qué soy ahora? El deseo es más fuerte que mi propia vida. Estoy a punto de conseguir la perfección, sin embargo muero. He vendido mi alma al diablo y éste es implacable. No quiere a nadie más poderoso. A pesar de todo, se las verá conmigo. Lo quiero todo. Conozco mi enfermedad y mi destino. También lo conocía Aquiles. Ambos buscamos más allá de la simpleza. Ambos sabemos que nuestra ansia de poder nos matará antes o después. Nos creeremos dioses y al instante después nos susituirán por el vellocino de oro, pero habremos sido dioses. Eso es lo que busco, ser por encima de todo. Hacer de la nada lo más grande jamás visto. Lo ambiciono todo. La muerte hará de mí leyenda, será parte de la gloria, de mi necesidad de gloria.
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