Llevo tiempo sin escribir. Es como si me hubiera quedado vacía de pronto. Como si alguien hubiese abierto el sumidero y se me hubiese escapado por ahí hasta el alma. Como si sólo quedara la camisa después de la muda de la serpiente. Como si al muñeco le hubieran despojado del mullido algodón que le daba forma. Una cascarilla de almendra. La capa blanca del salchichón.
No sé muy bien por qué ocurre. Por qué a veces se me atragantan las palabras saliéndoseme a borbotones y otras, sin embargo, se me atragantan sin desatasco posible, sin ser yo capaz de articular el más mínimo sonido o de trazar una sola sílaba sobre el papel. Una suerte de bipolaridad verbal, condición recurrente y crónica que me sobreviene por rachas. Sin quererlo ni beberlo. Pero, de alguna forma, presiento su llegada, eso sí. Como quien sabe que cuando el mar se repliega se acerca inexorable el tsunami devastador. LLámalo autoconocimiento, llámalo sabiduría intrapersonal. LLámalo X.
Supongo que las palabras son el resultado de la batalla interna entre la parte más lógica de mi razonamiento y mis emociones.
-Me gusta pensar que las palabras son arrastradas por el líquido que baña la psique.-
Quizá el término "batalla" no sea el que mejor define este estado catatónico. Quizá, simplemente, estas dos partes de mí no se ponen de acuerdo y se colapsa el sistema. Es entonces cuando dejo de funcionar a pleno rendimiento. Soy un ser a medias. Y la energía no fluye correctamente. Todo se vuelve de un gris irritante. No aparecen las palabras por ningún sitio. Ni las ganas de socorrerlas y sacarlas a flote. Acostumbrada a poder expresarme con cierto gracejo durante largas temporadas, la sequía me apalea sin piedad.
Antes no soportaba los días en que me sentía así de coja. Ahora no puedo pedirme más.
Cuando siento ese atasco emocional sé que necesito entenderlo y tratarme con cierta paciencia. Como se suele decir... fluir. Dejar que pase.
Es una especie de tormenta que necesariamente da lugar a un mar revuelto. El barco, las palabras, se hunden ante la fuerza del vendaval. Me siento confusa, mis pensamientos andan alborotados y enmarañados a todas horas. Y todo me cuesta infinito. Pero sé que pasará.
De todas formas, es bonito volver aquí, a este blog. Para mí es algo así como un refugio mental. Una confortable morada a la que había olvidado lo que me gusta escapar. Un oasis. Una roca a la que asirme tras el naufragio. Puede que tras la tormenta por fin haya llegado a la costa y el sol vuelva a acariciarme los párpados. Puede que aquí me esperen el alma, la serpiente, el algodón, la almendra y el salchichón.
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