viernes, 28 de agosto de 2015

El comportamiento de los deseos.

Es curioso el comportamiento de los deseos. Unas veces tan altos, otras veces tan a ras de suelo. Unas veces tan prácticos y otras tan inútilmente fútiles. Unas tan aparentemente fáciles y otras tan terriblemente complejos, inalcanzables y fascinantes. Unas permiten el sueño y otras te lo quitan. Unas veces te dan alas y otras te las cortan impidiendo el vuelo. Unas veces engrasan los motores y otras simplemente los dejan chirriar como chirrían las vías bajo el peso de la maquinaria adormecida de un tren de vapor. Unas veces te parten el corazón y otras te lo recomponen. Son niños caprichosos que a veces, simplemente, te vuelven del revés. A veces les chillarías, a veces los castigarías a un rincón de pensar del pensamiento y a la cama sin cenar, a veces los pondrías mirando hacia la pared hasta que, agotados de puro aburrimiento, dejaran de insistir tercos como mulas en su empeño.
Yo lo hice, los castigué. Me tenían harta. Y dejé de oírles durante un buen tiempo. Me costó admitirlo pero llegué a echarles de menos y un día, sin más, volvieron con su jaleo habitual. Como si no hubiera pasado nada. Ahora son un ruido constante en mi cabeza. Somos una gran familia y aunque buscamos la supervivencia del grupo; a veces las pérdidas son inevitables. Ya hemos sufrido unas cuantas bajas, pues parece ser que, aunque se habla de epidemia a nivel nacional, parece que por cifras podría llegar a convertirse en un mal mucho mayor, tal vez y si no se para a tiempo, una pandemia. Aunque se sabe la etiología de este cuadro multifactorial sin nombre con tendencia a la cronificación, lo que es impepinable, hasta para los ignorantes como yo, es que incrementa la tasa de mortalidad entre el grupo de riesgo: los deseos que no dan de comer... Ellos son los grandes damnificados. Y éste es el motivo por el que muchos han caído, como hadas enfermas en una sociedad falta de imaginación y atea en cuestiones oníricas y fantasiosas. Por eso cada vez son menos, convirtiéndose en especímenes raros, de colección. Incluso han dado pie a que personas sin escrúpulos, piratas y maleantes, se dediquen a raptar a los deseos más incautos, esos que un día se quedan solos y ya nunca más nadie sabe nada de ellos. Y así es como, a base de sueños robados, muchas personas construyen sus mansiones y su ego. Mi consejo, de sabio y de viejo, es que si tenéis de esos deseos, los guardéis como vuestro mayor tesoro. Hay quién piensa que en ellos está la cura de esta epidemia. Quizá nuestra salvación sea un suero de esencia de deseos, implantes transdérmicos que liberen poco a poco el principio activo de los anhelos humanos o sueños en comprimidos de 50 miligramos antes de dormir. Pura ingeniería genética. Soñad. Desead. No importa lo alto que sea, no importa lo loco o descabellado. No importa lo ilógico, lo mágico. Simplemente hacedlo antes de que sea tarde.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Ay Caperucita.

Hoy escribo desde un prisma gris, desde el fondo de una botella, desde las cenizas de una colilla y los posos de cinco cafés. Desde las sábanas oscuras que tapan los restos de esos recuerdos que se han salvado de la quema y ahora pueblan como fantasmas el sótano de mi memoria. Con el alma revuelta y los pies descalzos, los ojos de un zombie llorón y la sonrisa de una muñeca de porcelana olvidada en el desván. Son mis amores lobos de dientes enormes y afilados, de aliento que apesta a pasado, que acechan tras los árboles de mis mundos de pesadilla, recordándome lo que se quedó fosilizado en páginas de diario. Son mis sueños abuelitas indefensas de las que quedan sólo los huesos tras ser devoradas sin haberme dado siquiera tiempo a alcanzarlas, a advertirlas del peligro inminente. No hay leñadores por los alrededores. O quizá sí. Ay Caperucita... ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Por qué te dejaste tentar? ¿Por qué aún escuchas a los lobos?

miércoles, 19 de agosto de 2015

Ladrón.

Cómo te gusta reírte de mí. Apareces y desapareces de mis sueños con esa cara de no haber roto un plato en tu vida, con los ojos llenos de fuego y la sonrisa de quién vive destrozando corazones con los que alimenta su insaciable ego de rufián. Te mueves por mi mente con una tarjeta VIP, desorganizándolo todo, como un caco enrabietado buscando unas joyas que jamás encontrará, abriendo cajones a tu antojo sin importarte que luego tenga que perder mi tiempo en volver a colocarlo todo donde estaba junto a los pedazos de corazón exangüe que quedan esparcidos sin miramientos y pisoteados en tu huida despavorida y descuidada, en la que dejas pistas apestosas que no hay forma de erradicar. No hay lejía que limpie tus huellas. Y así, cada vez que bajo la guardia, pertrechas tus fechorías para ejecutarlas a sangre fría y con algún fin que no puede ser otro que tenerme enganchada a tu recuerdo. Cualquier día aprenderé a colarme en tus sueños, cuando bajes la guardia, sí, y entonces y sólo entonces, estaremos en paz.