lunes, 16 de julio de 2012

La bolsa o la vida.

Lo miro y me atrapa esa inmensa tristeza que emana del que resignado espera venir la muerte. Lo veo con la cabeza gacha, la respiración pesada, los ojos cansados que ya no son de este mundo, y aferrado a la bolsa que drena la orina que poco a poco fabrican sus viejos riñones. Se ha convertido en su fiel compañera desde que le diagnosticaron aquel tumor prostático que le ha ido arrebatando la vida poco a poco. Lo miro y me petrifica esa sensación de soledad que lo invade. Quisiera poder tranquilizarle, quisiera poder apaciguar su ansiedad en vez de esa pastilla que lo adormila de esa manera tan fría con la que actúan los fármacos. Quisiera volver atrás y verlo feliz, lleno de vida, sin necesidad de cargar con esa bolsa que desde hace años le acompaña día tras día.

jueves, 12 de julio de 2012

Hoy he visto caer mis sueños.

Hoy he visto caer mis sueños sin remedio. Hoy he visto cómo los pisoteaban contra el suelo y les cortaban esas preciosas alas que les coloqué con el cariño y el mimo necesarios para que volaran alto. Hoy los he hallado moribundos. Hoy he agonizado al verlos secos y marchitos, agujereados, disparados, desmenuzándose entre mis dedos. Hoy he muerto con ellos con la esperanza de resucitar en eso que los mayores llaman tiempos mejores.

Aquí con el alma rota.

Aquí con el alma rota en pedacitos muy pequeños que sostengo entre mis manos con el semblante funesto de a quien se le arranca por la fuerza lo que con más ahínco protege, me afano en la tarea más ardua tratando de unirlos y pegarlos de manera que el resultado sea algo mínimamente parecido a lo que fue en un origen. Algo puro, virgen, inmaculado, impávido, soñador, diminuto, feliz. Pero no es fácil. Hay muchas esquirlas que han perdido su forma, es imposible reconocerlas incluso para mí, imposible devolverlas al sitio que las corresponde. Intuyendo que nada volverá a ser lo mismo, que las porciones de mi alma jamás volverán al recóndito lugar que el tiempo les adjudicó, dos lágrimas furtivas se escapan sin permiso. Esas lágrimas que se dejan salir en ocasiones muy puntuales, esas lágrimas que en su suicidio cantan el lamento de quién añora lo que se fue, lo que irremediablemente se escapó, lo que siendo celosamente guardado se escurrió por la más diminuta grieta.