Escribir la rabia no es más que dejar que salga de uno mismo, que fluya y tinte las palabras, las envuelva en una especie de nebulosa de dolor y frustración y las precipite contra el papel. Escribir la rabia es sacarse el corazón del pecho y dejar que cada latido enfurecido haga retumbar la habitación. Escribir la rabia no es más que escupir la sangre que nos llena la boca, y llorar la que nos nubla la vista. Es fijar la mirada en un punto y quemarlo.
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