miércoles, 8 de febrero de 2017

Niñez maldita.

Las criaturas estaban desesperadas, enrabietadas por el hambre. Desquiciadas. Y en su desquicie emitían gritos de sirena. Unas trepaban por las paredes con la facilidad de un reptil, otras se golpeaban contra ellas hasta desgarrarse o quebrarse los huesos y deformar, aún más, su ya de por sí extraña figura, otras levitaban para alcanzar los altos respiraderos de las puertas que las contenían, esnifando con los ollares grotescamente dilatados cualquier atisbo de presencia al otro lado, con las pupilas erráticas bajo los párpados, las uñas ennegrecidas clavadas en la puerta, los pies flácidos y mortecinos, a metros sobre el suelo, asomando bajo los camisones ondulantes y fantasmagóricos, recuerdo de su niñez maldita.

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