miércoles, 25 de mayo de 2016

Cansada.

A veces su vida parecía componerse de decepciones continuas y no era capaz de hallarles solución. Sentía que sus propias desilusiones la abofeteaban sin piedad, sin temer arañarle la piel, y la acusaban con el dedo riéndose de ella a crueles carcajadas, esperando a caso que respondiera con valentía y decisión y se levantara en armas. Pero lejos de levantarse se quedaba paralizada preguntándose el típico por qué a mí, sintiendo el peso de la soledad más absoluta, la incomprensión y el desamparo de quién no cuenta con una guía que le acompañe a la salida, que le indique los baches del camino y le tienda su mano para evitar que tropiece. Como si a nadie le importara que se marchitase. Estaba cansada. Muy cansada de esperar de la vida lo que no le ofrecía y harta de dar sin recibir a cambio y de que eso se hubiera convertido en la tónica de su existencia. Lo único que lograba aliviarla un poco era transcribir sus miedos, sus preguntas sin respuesta porque de esa manera se daba tiempo para entenderse, para volver a levantarse con el nuevo amanecer.

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