miércoles, 17 de septiembre de 2014

Ahogada en el café.

Aquella estaba resultando una noche dura. Ana apuraba a base de cafés sus últimas horas rebuscando entre los apuntes y seleccionando aquello que creía podría sacarla triunfante del examen del día siguiente. Sin embargo, apenas conseguía otra cosa que no fuera desesperación. Entonces, como si se tratara de una magia rara, sin duda muy negra, empezó a empequeñecer hasta convertirse en una humana del tamaño de un lápiz muy gastado de ésos que más que escribir te ayudan a limarte las uñas con el papel. En aquel inmenso y desordenado desierto de papeles llenos de gigantescas anotaciones la chica se sintió más pequeña que nunca, más incluso que cuando salía al escenario en sus horas de teatro extraescolar. Sin otro pretexto que admirar la inmensa habitación en comparación con su diminutez, trepó a la taza de café que parecía un mar de chocolate. Al embobarse con aquellas vistas perdió el equilibrio y cayó al mar de cafeína provocando la furia de las olas que chocaban contra las paredes de porcelana. Ana nadó desesperada hasta el blanco muro. Había bebido mucho aquella noche y la superficie de la taza quedaba fuera de su alcance. La diminutiva personita que se agotaba nadando y arañando las paredes comprendió que no sería capaz de aguantar mucho más así que dejó de intentarlo y se dejó llevar con un pensamiento que nunca habría imaginado: acabaría sus días siendo los posos de su amargo café.

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