jueves, 12 de junio de 2014

Poemas en la servilleta.

-Dígale a la niña que se esmere. A ésta me la tiro esta misma noche-, susurró el comandante al oído de Ricardo, camarero y chef de aquel discreto restaurante italiano en un callejón de perdición en Münich, que con un "Sí signore ¡presto!" algo nervioso, se encaminó hacia el sótano.
-Arriba niña, tienes trabajo. Esmérate o no tendrás cena. Éste es un alto cargo del ejército así que dependerá de lo acertada que estés hoy con tu pluma que conservemos el puesto y a lo mejor hasta la vida. Estos nazis...- Ricardo le tendió unas servilletas para que escribiera en ellas.
La pequeña Mina se incorporó en el camastro y se dispuso a escribir refinados versos de amor, como hacía cada noche para contentar a clientes viciosos que buscaban encandilar a mujeres para saciarse, pegada al viejo candil al que arrancaba destellos agónicos para escribir poemas en una servilleta que luego el cliente fingía recitar de memoria para extasiar a su presa. Si ésta caía, se podían asegurar un cliente fijo que les mantuviera el alquiler y por ende el negocio. Mina era un pequeño tesoro en bruto, hija de un judío que había empleado a Ricardo en la cocina para salir adelante y que cuando le llegó la orden de detención le hizo prometer que cuidaría de ella, que por miedo a que tuviera su mismo sino la había cuidado de los alemanes encerrándola en aquel cuartucho lleno de bártulos y oxidados cacharros de cocina, y que le aseguraría un futuro mejor. Así Ricardo la había convertido en su hija pero evitaba que entrara en contacto con la gente porque mantener en secreto o salvaguardar la verdadera identidad de uno allí era prácticamente imposible. Y así habían pasado los años y la pequeña Mina, que ya no era tan niña, encerrada en aquel lugar sombrío se había bebido los libros de poesía que escribió su padre de joven, amando cada uno de sus versos y creando los suyos propios. Ricardo supo sacarle partido al don de la niña pero Mina sentía que sus versos se perdían en bocas llenas de vicio y lujuria como si de alguna manera se prostituyeran. Quería abandonar esa vida. Quería escapar pero debía aguantar un poco más. La poesía era lo que la mantenía cuerda y le daba esperanzas para no darse por vencida.

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