jueves, 14 de noviembre de 2013

De cómo se volvió a sentir enamorada de un imposible.

Fue escuchar su voz aterciopelada, refinada, horriblemente seductora y curtida en mil escenarios, su falsete irresistible y sentir su presencia, su porte y andares de rey, sus ojos de ese celeste que atrapa y mata y esa sonrisa perfectamente perfecta y traviesa que deseó saberlo todo de él. Lo buscó en sus fantasías cada noche y en sus ensimismamientos diurnos, encerró sus canciones y su voz en el pequeño reproductor de música que la acompañaba a todas horas y a todas partes y se aprendió su nombre para no olvidarlo jamás: Emmanuel Moire. Hacía tanto tiempo que no idolatraba a nadie de esa manera que se le había olvidado esa extraña sensación de vivir en una nube de fantasía tan intensa que pareciera devorar todo aquello que no fuera él.

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