martes, 8 de octubre de 2013

Diana y las notas.

Diana escuchaba furtivamente y extasiada el sonido del piano que llegaba atenuado a través de la pared, como si alguien hubiera amordazado la boca del instrumento en contra de su voluntad. Su admirado pianista vivía en el piso de al lado y cada vez que le oía abrir la puerta corría como una flecha hacia la mirilla para admirarle en secreto por fugaz que fuera su visión. Pocas veces se tiene a un pianista de vecino y Diana no tenía ningún problema en admitir que era una verdadera delicia a pesar de lo que oía en el ascensor y en el parking: que si era muy ruidoso, que si no respetaba las horas de guardar, que si siempre tocaba lo mismo… Pero a Diana no le importaba nada de eso. Simplemente se limitaba a parar lo que hacía cuando llegaban amortiguadas las primeras notas de su melodía favorita: Para Elisa. Entonces se agazapaba junto a la pared y pegaba el oido imaginándose allí con él admirando el movimiento de sus manos prodigiosas por la superficie del piano.

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