jueves, 16 de mayo de 2013

Pegada a mi portátil en una dársena estéril.

Un día más me encuentro sentada en una dársena estéril de acontecimientos matando el tiempo pegada a mi portátil tratando de hacer de la nada y del aburrimiento más absolutos algo que merezca la pena. Sin embargo, tanta escasez de movimiento está acabando con mi paciencia, incluso me adormece. Qué sensación más horrible. Casi oigo el pasar de los minutos de mi reloj biológico aquí sentada, guarecida de todo, hasta de la vida humana, únicamente acompañada por un guardia de seguridad que ni siquiera está en estos momentos porque está de ronda. Y esto es tan grande... Tardará en volver a hacerme compañía. Ni siquiera oigo el ruido de los motores de los autobuses. Sólo el constante murmullo chirriante de las escaleras mecánicas. Decido moverme un poco por aquí y todo es silencio. Ni siquiera hay locales abiertos. Con la de paro que hay y aquí veo un montón de letreros de “Local Disponible”… ¡Qué cosas! Lo que es el país. Aquí es donde veo la miseria. Acaba de sorprenderme una anciana vestida toda de rosa chillón y con unos calcetines de rayas multicolores. Está rebuscando en las basuras. Pero ¿¡qué encontrará aquí si no hay un alma que desperdicie!? Mira a los lados como esperando el momento oportuno para echar un vistazo en la papelera pero no le importa ser vista. Delante mismo del segurata se pone a escarbar en una papelera y el pobre hombre no dice ni mu. Y me alegro. Y seguro que la mujer también. En estos tiempos que corren de necesidad, de desamparo, es lo mínimo que se puede esperar de los demás, que miren a otro lado para que uno pueda sacarse las castañas del fuego.

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