martes, 15 de noviembre de 2011

Volver a escribir. Volver al hogar. A lo seguro.

Ya tenía ganas de volver a escribir con el frenesí que caracteriza al alma atormentada. Quizá escriba por el simple hecho de escuchar las teclas hundirse al ritmo de mis pensamientos. Quizá por eso este escrito no tenga ningún sentido. Quizá sólo me sirva a mí. Tal vez me suponga una ayuda en estos momentos tan indescriptibles emocionalmente. Es probable que se trate del gesto más egoísta por mi parte. Quizá lo haga por despecho. Quizá me sienta tan herida que sólo de esta manera puedo soliviantar tanto dolor, tanta incertidumbre. No lo sé. Seguramente sea ésta otra incursión en lo más profundo de mi ser, en mi parte más primitiva, en ese orgullo que se ha visto lastimado, vapuleado, manipulado. Tanto das tanto te quitan. Es curioso cómo puedes perder todo lo que creías ganado en un abrir y cerrar de ojos sin poder hacer nada. Viendo cómo se derrumba aquello en lo que creías, aquello en lo que tanto empeño pusiste, aquello que regaste con tanto cariño para conservarlo siempre fresco, pleno, vivo. Duele tanto. Es una muerte súbita. Una necesidad de borrar y empezar de nuevo. Ganas de volver a nacer para andarte con más ojo. Quisiera poder gritar mi dolor, mi pérdida, mi desesperación, mi angustia pero sólo puedo escribir. Quiero escribir y no parar nunca. Que sólo el sonido de las teclas me inunde. Nada más. No quiero pensar. No puedo. Ni quiero el silencio. Ese silencio que se solidifica en los oídos y ocupa cada espacio como si de una sustancia volátil se tratara. No me des silencio. Dame música. Algo con lo que me pueda dejar llevar, salir de aquí, volar. Dame lo que me has quitado, tú que te llevaste parte de mi ser.

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