sábado, 21 de mayo de 2011

Pirata.

Sentada en el suelo húmedo de las mazmorras del navío infestadas de huesos, restos putrefactos de las comilonas de los piratas, excrementos y cadáveres de ratas de bodega, reflexionaba, rezaba a un Dios que me había abandonado hacía mucho tiempo. El sonido de unas botas acercándose a la celda me hizo estremecer aunque esperaba con tranquilidad. Cuando él se acercó y las luces que se colaban por las rendijas golpearon su rostro, traté de contener toda emoción. Años atrás nos habíamos profesado mutuo amor y promesas de esperanza, de una vida mejor, juntos, surcando todos los Océanos. Sin embargo, el destino quiso lo contrario y ahora todo recuerdo se había esfumado para dejar paso a una sed de venganza incontrolable. El poder le había cegado. Le miré a los ojos tratando de bucear en ellos hasta lo más profundo y encontrar a aquel chico lleno de vida que me había conquistado hace ya tanto tiempo. Sin embargo, no quedaba en él ni un ápice de ese amor. Parecía como si nunca hubiese sucedido, como si todo lo hubiera soñado yo. Eso me había hecho morir lentamente y no había mayor tortura. La realidad me golpeó estrepitosamente cuando él pronunció las primeras palabras.
- Te tengo preparado algo muy especial en cubierta... Lo he estado reservando sólo para ti, mi dulce amor.
- Déjales ir -le ordené no dejándome embaucar por su voz mentirosa. Mi tripulación había sido encarcelada conmigo tras la escaramuza. No podía hacerles pagar por mi error. De alguna forma no había querido creer en las pruebas e impulsada por la necesidad de verle de nuevo cometí la estupidez de acercarme demasiado a sus dominios. Aún era débil. Quería decirle que le amaba y que estaba dispuesta a ayudarle. Para variar él lo usó en su propio beneficio. Se hizo con mí barco,con parte de mi tripulación, con las provisiones, los restos de los motines y con las cartas de navegación.
- No cariño no. Ellos están aquí por ti. Su capitana. Su líder. Y a pesar del consabido "un capitán es el último en abandonar su barco", hoy romperemos el Código. Y ellos no tardarán en seguirte.
- No merecen pagar por un error que sólo cometí yo.
- Es probable, pero seguro que así me divierto más.
- Dime, ¿qué te hice?
- Daño.
- Pensé que estabas por encima de todo eso.
- Me abandonaste.
- Si lo hice fue porque cambiaste. Ya no era capaz de reconocerte.
- ¡Y engendraste un hijo que ahora llevas en tu vientre con aquel bastardo!
- Si supieras la verdad no pensarías así. Mi hijo no es culpable de nada. Déjanos ir. Por favor.
- Quiero verte sufrir tanto como sufrí yo. Quiero hacerte pagar tu error.
Supe que después de esas palabras no habría marcha atrás. No habría salida. El dolor que le había provocado le cegaba. Abrió la celda y me asió del brazo brutalmente, clavándome las uñas. El no haber comido durante días me había debilitado enormemente y no sabía cómo podría afectar aquello a mi hijo.
Me arrastró a la cubierta y una vez allí la lluvia me azotó con fuerza, empapándome y haciendo que se me clavara el frío de la noche en el cuerpo. Las lágrimas se confundían con el agua de tormenta. Me ató las manos a un mástil y me rasgó la camisa por la espalda para que los latigazos penetraran antes en la cane desnuda. Cerré los ojos, esperando el primer golpe del látigo, pero antes se acercó a mí y me rodeó con sus brazos.
- Así es como te quise. Siempre mía.
- Por eso dejé de amarte.
Profirió un grito desgarrador y con él me sobrevino la primera descarga de dolor. Me estremecí por el escozor y se me saltaron las lágrimas. Al primer latigazo le siguieron cuarentainueve golpes más. Dejé la mente en blanco para mitigar el dolor y me desplacé a ese lugar en el que podía estar un poco más a salvo. Con mi hijo. Sin embargo, los insultos de mi verdugo se colaban violentamente entre mis recuerdos. Me abandonaban las fuerzas. Cuando todo acabó la sangre que bañaba el suelo encharcado por los vómitos me hizo pensar que no me quedaba vida. No me respondían los músculos. Logré alzar la mirada para captar la última visión de lo que me rodeaba y deseé que todo terminara rápido. Una niebla densa cubrió mis ojos y me desvanecí.

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